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viernes, 23 de marzo de 2018

¿QUÉ ES LA CONFIANZA?

La confianza es la fe puesta en práctica. 
 Es la fe, primero, en la Divina Providencia, en la Paternidad misma de Dios. Dios no es un ser lejano, frío, indiferente, es nuestro Buen Padre. Está pendiente de cada uno de nosotros con inmensa bondad.  a) Ya en el Antiguo Testamento  se nos insta a la confianza en Dios.   En todos los géneros de la Biblia encontramos exhortaciones a la confianza en Dios. b) En el Nuevo Testamento, con la visión más clara, profunda y espiritual que nos da de Dios, se aumenta la exigencia de la confianza. Esta confianza también se va centrando cada vez más en el Emmanuel, en Dios con nosotros, Jesús el Cristo. La fe, es pues, el fundamento de la confianza. La misma palabra confianza incluye la fe. Con-fe, con-fianza. El miedo es lo contrario, es el inicio de la desconfianza. La inseguridad nace cuando se debilita la fe. Jesús, en el Sermón de la Montaña nos recordará que si Dios su Padre cuida de los pájaros y de las flores del campo, cfr. Mt 6… ¿cuánto más no cuidará de nosotros: “No teman, ustedes valen más que muchos pájaros” (Lc 12,7).  La confianza es la medicina para barrer de nuestras vidas los miedos, las tensiones y las ansiedades que socavan la confianza. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos. Aún en los casos más extremos, Dios llega siempre, aunque sea de modo misterioso, oculto, casi inoportuno… ¿Se recuerdan de la muerte de Lázaro, de la hija de Jairo? En Dios debemos tener una confianza inquebrantable. Gracias a Él debemos andar sin miedos… Jesús le dice a Jairo cuando le avisan que si hija ha muerto, que ya no moleste al Maestro: “No temas, ten sólo fe” (Lc 8,50).   El cristiano, es pues, por su propia definición, el hombre que pone su confianza, no en sus propias fuerzas, sino en Jesucristo que vive en él. Jesús sabe bien todo lo que nos pasa; y todo, cogidos de su mano, es para bien.  Antes de sufrir su Pasión, a los discípulos en la última Cena Jesús les dice: “Esto es lo que les he dicho para que tengan paz en mí; en el mundo han de tener tribulación; pero confíen: yo he vencido al mundo”(Jn 16,33). c) escuchemos a algunos santos. Santa Teresa de Jesús escribía: “Fíense de su bondad, que nunca falló a sus amigos” (Vida 11,4). Y añade: “Es muy piadoso (el Señor), y a personas afligidas y desfavorecidas jamás falta si confían en El Solo” (CP 29,2). Y recalca: “Dios nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo” (CP 1,2). “Mirad que lo puede todo y nosotras no podemos nada sino lo que El nos hace poder” (CP 16,10).  Los santos en su magisterio insisten en que mientras menos confiados estemos de nuestras propias fuerzas, más confiados debemos de estar en las divinas. A pesar de las propias faltas y pecados, debemos confiar en Dios. Los pequeños videntes, ya sean San Juan Diego o Santa Bernardita, o los pastorcitos de Fátima, son ejemplos de esa confianza en Dios, no es sus propias capacidades, para transmitir un mensaje.  La oración aumenta la confianza. Aunque también la confianza en Dios aumenta con la oración y las buenas obras. Así nos los asegura San Juan Crisóstomo: “Las buenas obras mueven la fe del corazón, y dan confianza al alma para dirigirse a Dios” (Catena Aurea, vol 1, p. 345). San Josemaría Escrivá dice: “Hay un solo modo de crecer en la familiaridad y en la confianza con Dios: tratarle en la oración, hablar con Él, manifestarle- de corazón a corazón- nuestro afecto”(Amigos de Dios, 294). Y añade: “Si no le dejas, El no te dejará” (Camino 730).