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domingo, 15 de mayo de 2011

La catequesis que Juan Pablo II nunca pronunció

Escrito por Zenit
Viernes, 13 de Mayo de 2011 15:08

En el 30 aniversario del atentado en la Plaza de San Pedro



CIUDAD DEL VATICANO- Hace hoy exactamente 30 años, en la Plaza de San Pedro, el terrorista turco Alí Agca atentaba contra la vida de Juan Pablo II, disparándole mientras él recorría en el “papamóvil” la plaza para la audiencia general, con lo que ésta hubo de ser suspendida.

A pesar de que el beato Juan Pablo II nunca pronunció esta catequesis, ésta ha sido incorporada al magisterio pontificio. Por ello, queremos también ofrecerla a los lectores de ZENIT.

* * * * *

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 13 de mayo de 1981


Nota [1]



1. En las semanas pasadas, durante nuestros encuentros en las audiencias generales de los miércoles, he desarrollado un ciclo de catequesis basadas sobre las palabras de Cristo en el sermón de la montaña.

Hoy, queridos hermanos y hermanas en Cristo, deseo comenzar una serie de reflexiones sobre otro tema, para subrayar dignamente una fecha que merece ser escrita con caracteres de oro en la historia de la Iglesia moderna: el 15 de mayo de 1891. Efectivamente, se cumplen 90 años desde que mi predecesor León XIII publicaba la fundamental Encíclica social "Rerum novarum", que no fue sólo una vigorosa y apremiante condena de la "inmerecida miseria" en que yacían los trabajadores de entonces, después del primer período de la aplicación de la máquina industrial al campo de la empresa, sino que, sobre todo, puso los fundamentos para una solución justa de los graves problemas de la convivencia humana que están comprendidos bajo el nombre de "cuestión social".

2. ¿Por qué, después de tantos años, la Iglesia recuerda todavía la Encíclica "Rerum novarum" ?

Son muchas las razones. Ante todo, la "Rerum novarum" constituye y es "la Carta Magna de la actividad social cristiana", como la definió Pío XII (Radiomensaje para el 50 aniversario de la "Rerum novarum", Discorsi e Radiomessaggi, 1942, vol III, pág. 911); y Pablo VI añadió que su "mensaje sigue inspirando la acción en favor de la justicia" (Octogesima adveniens, 1) en la Iglesia y en el mundo contemporáneo; ella es, además, demostración irrefutable de la viva y solícita atención de la Iglesia en favor del mundo del trabajo.

La voz de León XIII se elevó valiente en defensa de los oprimidos, de los pobres, de los humildes, de los explotados, y no fue sino el eco de la voz de Aquel que había proclamado bienaventurados a los pobres y los hambrientos de justicia. El Papa, siguiendo el impulso y la invitación "de la conciencia de su ministerio apostólico" (cf. Rerum novarum., 1), habló: no sólo tenía el derecho, sino también y sobre todo el deber. En efecto, lo que justifica la intervención de la Iglesia y de su Pastor Supremo en las cuestiones sociales, es siempre la misión recibida de Cristo para salvar al hombre en su dignidad integral.

3. La Iglesia está llamada por vocación a ser en todas partes la defensora fiel de la dignidad humana, la madre de los oprimidos y de los marginados, la Iglesia de los débiles y de los pobres. Quiere vivir toda la verdad contenida en las bienaventuranzas evangélicas, sobre todo, la primera, "Bienaventurados los pobres de espíritu"; la quiere enseñar y practicar lo mismo que hizo su Divino Fundador que vino "a hacer y a enseñar" (cf. Act 1, 1).

Como observaba el año pasado en mi discurso a los obreros de San Pablo en Brasil, "la Iglesia, cuando proclama el Evangelio, procura también lograr, sin por ello abandonar su papel específico de evangelización, que todos los aspectos de la vida social, en los que se manifiesta la injusticia, sufran una transformación para la justicia" (núm. 3; 3 de julio de 1980). La Iglesia es consciente de esta alta misión suya: por esto se inserta en la historia de los pueblos, en sus instituciones, en su cultura, en sus problemas, en sus necesidades. Quiere ser solidaria con sus hijos y con toda la humanidad, compartiendo dificultades y angustias, y haciendo propias las legítimas reivindicaciones del que sufre o es víctima de la injusticia. Con la fuerza de las eternas palabras del Evangelio, denuncia todo lo que ofende al hombre en su dignidad de "imagen de Dios" (Gén 2, 26) y en sus derechos fundamentales, universales, inviolables, inalienables; todo lo que obstaculiza su crecimiento según el plan de Dios. Esto forma parte de su servicio profético.

4. Con toda razón afirmó Pío XI que la Rerum novarum ha presentado a la humanidad un magnífico ideal social, sacándolo de las fuentes siempre vivas y vitales del Evangelio (cf.Quadragesimo anno, 16).

Siguiendo las huellas del fundamental documento leoniano, mis venerados predecesores no han dejado de afirmar, en numerosas circunstancias, este derecho y este deber de la Iglesia de dar directrices morales en un campo, como el económico-social, que tiene vínculos directos con la finalidad religiosa y sobrenatural de su misma misión. El Concilio Vaticano II reanudó esta enseñanza subrayando que "es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo" (Apostolicam actuositatem, 7).

Aparece así la primera gran enseñanza de la celebración de este 90 aniversario: la de afirmar de nuevo el derecho y la competencia de la Iglesia a "ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas" (Gaudium et spes, 76): el de hacer cada vez más conscientes a las Iglesias locales, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los laicos de su derecho-deber de prodigarse por el bien de cada uno de los hombres, y de ser en todo momento los defensores y los artífices de la auténtica justicia en el mundo.

5. Al mirar serenamente los acontecimientos histórico-sociales que se han sucedido en el mundo del trabajo desde aquel lejano mayo de 1891, debemos reconocer con satisfacción que se han dado grandes pasos y se han realizado grandes transformaciones con el fin de hacer la vida de las clases obreras más conforme con su dignidad.

La "Rerum novarum" fue levadura y fermento de estas transformaciones fecundas. Por medio de ella el Romano Pontífice infundió en el alma obrera el sentimiento y la conciencia de su dignidad humana, civil y cristiana; favoreció la aparición de asociaciones sindicales obreras en los diversos países; advirtió a los gobernantes y a las naciones sus deberes hacia los débiles y pobres, invitando a los Estados a la creación de una política social, humana e inteligente que logró el reconocimiento, la formulación y el respeto del derecho de trabajo y el trabajo para todos los ciudadanos.

6. La "Rerum novarum" tiene, además, para la Iglesia una particular importancia porqueconstituye un punto de referencia dinámico de su doctrina y de su acción social en el mundo contemporáneo.

Durante los siglos, desde sus orígenes hasta hoy, la Iglesia se ha encontrado y confrontado siempre con el mundo y sus problemas, iluminándolos a la luz de la fe y de la moral de Cristo. Esto ha favorecido la formación y el resurgimiento, a lo largo del arco de la historia, de un cuerpo de principios de moral social cristiana, conocido hoy como doctrina social de la Iglesia. Es mérito del Papa León XIII el haber tratado, antes que nadie, de darle un carácter orgánico y sintético. Así comenzó por parte del Magisterio la nueva y delicada tarea, que es también un gran compromiso, de elaborar de nuevo para un mundo en cambio continuo, una enseñanza capaz de responder a las exigencias modernas, así como a las rápidas y continuas transformaciones de la sociedad industrial; y, al mismo tiempo, apto para tutelar los derechos tanto de la persona humana, como de las jóvenes naciones que entran a formar parte de la comunidad internacional.

7. Esta enseñanza social -como puse de relieve en Puebla-, "nace a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio auténtico, de la presencia de los cristianos en el seno de las situaciones cambiantes del mundo, en contacto con los desafíos que de ésas provienen" (Discurso inaugural, III, 7). Su objeto es y será siempre la dignidad sagrada del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables; su finalidad, la realización de la justicia entendida como promoción y liberación integral de la persona humana en su dimensión terrena y trascendente; su fundamento, la verdad sobre la misma naturaleza humana, verdad comprendida por la razón e iluminada por la Revelación, su fuerza propulsora, el amor como precepto evangélico y norma de acción. La Iglesia, forjadora de fina concepción siempre actual y fecunda de la vida social, al desarrollar en este último siglo, con la colaboración de sacerdotes y de laicos iluminados, su enseñanza social, de naturaleza religiosa y moral, no se limita a ofrecer principios de reflexión, orientaciones, directrices, constataciones o llamadas, sino que presentan también normas de juicio y directrices para la acción que cada uno de los católicos está llamado a poner en la base de su prudente experiencia, para traducirla luego concretamente en categorías operativas de colaboración y de compromiso (cf.Evangelii nuntiandi, 38).

La doctrina social, dinámica y vital como toda realidad viviente, se compone de elementos duraderos y supremos, y de elementos contingentes, que permiten su evolución y desarrollo en sintonía con las urgencias de los problemas prioritarios, sin disminuir su estabilidad y la certeza en los principios y en las normas fundamentales.

8. Al recordar el 90 aniversario de la Encíclica leoniana, siguiendo las huellas y en consonancia con el Magisterio de mis predecesores, deseo, por tanto, volver a afirmar la importancia de la enseñanza social como parte integrante de la concepción cristiana de la vida.

Sobre este tema no he dejado, en los frecuentes encuentros con mis hermanos en el Episcopado, de recomendar a su pastoral solicitud la necesidad y la urgencia de sensibilizar a sus fieles sobre el pensamiento social cristiano, a fin de que todos los hijos de la Iglesia sean no sólo instruidos en la doctrina sino también educados en la acción social.

Hermanos y hermanas: Volveremos todavía más ampliamente sobre los varios temas y problemas que evoca el aniversario de la Encíclica "Rerum novarum". Para concluir esta reflexión de hoy quiero responder al interrogante planteado al comienzo. Sí, la Encíclica "Rerum novarurn" tiene también hoy vitalidad y validez estimulante y operante para el Pueblo de Dios, aún cuando haya aparecido en el lejano 1891. El tiempo no la ha agotado, sino corroborado; tanto, que los cristianos la sienten tan fecunda que pueden sacar de ella valentía y acción para los nuevos desarrollos del orden social en los que está interesado el mundo del trabajo. Continuemos, pues, viviendo su espíritu con impulso y generosidad, profundizando con amor operante en los caminos trazados por el actual Magisterio social e interpretando con ingenio creativo las experiencias de los tiempos nuevos.

Juan Pablo II tenía previsto saludar durante la audiencia general a diversos grupos de fieles y de peregrinos. Concretamente iba a saludar en inglés, alemán e italiano.

Retrato de un buen pastor


Escrito por Verónica Cruz Pillich
Viernes, 13 de Mayo de 2011 00:00

Jesús se aplicó a sí mismo esta imagen que aparece en el Evangelio de Juan 10:14. Dice la Palabra que Cristo es el buen pastor que, muriendo en la cruz, da la vida por los hombres. De esta forma, se establece una profunda comunión entre el buen pastor y su congregación. La vida terrenal de Jesús fue, en sí misma, reflejo contundente de lo que debía ser un presbítero, estableciendo un ministerio de servicio, en lugar de ser servido. Los apóstoles fueron los primeros escogidos para continuar la gran labor de Cristo, la cual ha de mantenerse indefinidamente en todos los periodos de la historia.



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“Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre”, manifestó el beato Juan Pablo II en la exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis.

Para el vicario de Educación de la Arquidiócesis de San Juan, Padre Juan Santa, un buen sacerdote debe ser un hombre de adoración y un amigo de Jesús. “Tiene que conocer, verdaderamente, a Cristo, tener conciencia de que es un enviado y pensar y sentir con el pueblo”, apuntó.

El vicario del Santuario Divina Providencia de la Arquidiócesis de San Juan, Padre Marco Rivera, coincidió con Santa. “Tiene que ser una persona de adoración, que esté en comunión con Cristo. Una persona de recta intención y de coherencia de vida. Hay que vivir lo que se dice en el púlpito y estar preparados para servir 24 horas, los siete días de la semana, tanto en los momentos alegres, como en los de dolor y dificultad”, abundó.

Por su parte, el vicario de Desarrollo de la Arquidiócesis de San Juan, Padre Ángel Ciappi, explicó que el sacerdote debe tener como meta la evangelización. “Debe ser líder y guía en el proceso del encuentro de la comunidad con Dios y en el encuentro con el hermano. Tiene que ser capaz de atraer y acercar a las personas,” sostuvo.

De igual forma, el vicario Pastoral de la Diócesis de Caguas, Padre Feliciano Rodríguez, relató que, “un buen pastor debe poseer fe y un cariño especial por las personas. No puede insultar ni maltratar a nadie. Debe asegurarse de atender a los más débiles, a los que sufren. También, es bueno que tengan alegría y un buen humor”.

A modo de consejo a los jóvenes que se encuentran en los diferentes seminarios conducentes al sacerdocio, los entrevistados advierten a los estudiantes que ser sacerdote no es una tarea fácil, pero es la experiencia más gratificante. “Que tengan siempre en cuenta que no hay nada que tenga tanto valor como la amistad con Jesús. Todo lo demás debe dejarse a un lado para darse a Él”, apuntó Padre Juan Santa. Asimismo, el Padre Marco Rivera les recomienda a los alumnos “que perseveren en el encuentro con Jesucristo. Hay que dar el máximo, ser humildes y dejarse formar por el Señor”.

Constructores de la Iglesia del mañana


Escrito por Natalie Negrón Torrens
Viernes, 13 de Mayo de 2011 10:30

El sacerdote es sin duda la imagen de Cristo presente entre los hombres. En el documento conclusivo de Aparecida (198) dice que “el presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos”. Evidentemente, esto incluye un sector de gran urgencia pastoral para Puerto Rico y América Latina, los jóvenes. En este mismo documento en el capítulo 9 se revela cuan apremiante es el impulsar y fortalecer la Pastoral Juvenil. Sin embargo se enfatiza que en el proceso de evangelización del joven, este debe ir acompañado de sus pastores.



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Teniendo presente el rol vital del sacerdote en la vida del joven, El Visitante se dio a la tarea de auscultar cómo la juventud percibe a sus pastores en la actualidad y cuáles son, ante sus ojos, las cualidades esenciales de un buen pastor.

Para uno de los coordinadores de Pastoral Juvenil de la diócesis de Caguas, Ángel Montes, un buen sacerdote es uno que ante todo, es cuidador y servicial.

“Un buen pastor cuida las ovejas de su rebaño, es un hombre de servicio y entrega a su comunidad. Ve a la Iglesia como su esposa y a nosotros como sus hijos, a quienes les enriquece con todo lo que sabe” dijo.

El joven laico también recalcó la importancia de la empatía y la sinceridad en el sacerdote, ya que éste no siempre ha vivido las mismas experiencias que los feligreses.

“La empatía es importante; en la medida que él se ponga en el lugar de los demás y pueda comprenderlo realmente, ahí será más efectivo. La empatía que se desarrolla con los jóvenes es esencial, son uno más y a la hora de hablar, uno se siente en familia. Ante la necesidad que existe de mantener la Iglesia activa y en crecimiento; nuestros pastores tienen que asumir la responsabilidad de motivar a sus jóvenes” puntualizó.

Para Cinthia Martínez, quien es coordinadora juvenil de la diócesis de Fajardo-Humacao, un buen pastor tiene que ir al par de los tiempos. “Debe ser moderno, que entienda la actualidad sin perder la perspectiva de los valores fundamentales de nuestra fe, ante todo debe querer enseñar a sus jóvenes y que su vida sea un ejemplo… un buen pastor no tiene que ser un superhéroe, simplemente lo más parecido a Cristo posible”, explicó.

El factor de entrega y dinamismo son claves para crear mayor afinidad entre los pastores y los jóvenes. En este punto hizo hincapié Juan Carmenaty, quien colabora en la pastoral juvenil de la diócesis del Yunque junto a Cinthia.

“Nuestros pastores son más eficaces en la medida que dan la milla extra por llegar al joven. La juventud tiene mucho vigor y amor a la Iglesia. Muchas veces necesitamos un pequeño impulso y ese debe venir de nuestros sacerdotes. Un buen pastor cree en sus jóvenes y así crea vínculos de genuina solidaridad y fraternidad que construye la Iglesia del mañana”, concluyó.