Jesús dijo:"Como tú,Padre, en mi y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectactamente uno, y que el mundo conozca que tú me has enviado." Juan 17, 20-24
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lunes, 22 de junio de 2009
¿Quien puede decir que es salvo?
Cuando tocamos este tema en una charla o en la calle con otras personas. Me pregunto: ¿Cómo es posible que Yo pueda decir “Yo soy salvo”? Si nuestro Señor a dicho:”No todo el que me diga:”Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día:”Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declarare:”! Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad”! Mateo: 7: 21-23.
En esta lectura Cristo no dice que hay que cumplir la voluntad de su Padre. ¿Qué es la voluntad de Dios Padre? Porque yo escucho a mis hermanos separados que ellos son salvo por la fe, pero Jesús nos dice quien diga que salvo no lo es. La salvación es un asunto complicado. Porque hacer la voluntad de Dios es tener una vida llena de sacrificio, voluntad de abandonarse así mismo, perdonar hasta nuestros enemigos, amar a todos como yo mismo siento por mí.
Hacer la Voluntad de Dios Padre es que cumplamos lo que su Hijo nos ordeno: asistir a misa, cumplir con el sacramento de la reconciliación, recibir la Santa Eucaristía, cumplir con los 10 mandamientos, predicar el evangelio con Amor, tratar de salvar el alma de tu prójimo, ayudar al que lo necesita, alimentarlo, vestirlo, y hasta curarlo, visitar a los enfermos, y los que ésta en la cárcel, y sobre todo hacerlo en secreto para que la recompensa sea grande.
Que mucho trabajo tenemos para poder ser salvos. Así que la persona que diga que es salvo ésta totalmente equivocado, tiene mucho trabajo en camino.
Jesús nos dejo las herramientas para tener la fortaleza para cumplir la voluntad de su Padre. La Oración constante, la asistencia frecuente a misa, recibir a Cristo Eucaristía frecuentemente, y una buena confesión. Con estas herramientas es más que suficiente para que podamos cumplir con la Voluntad de Dios Padre.
Dios me lo Bendiga hoy y siempre.
Por: Guillermo Betancourt
Nota:
Esta página es creada con el propósito de educar, y promover la unidad de la Iglesia. Invito cuando visiten esta página a que lo promuevan, con todos sus amigos y familiares. Aquí pueden conseguir más de 17 enlaces católicos, videos de nuestra fe, y me pueden dejar sus comentarios, dudas, y todas las preguntas que tengan.
domingo, 21 de junio de 2009
Los Cristianos y la Eucaristía.
Los cristianos y la Eucaristía
Padre José Pascual Benabarre
benigno_benabarre@yahoo.com
Para El Visitante
En este artículo me propongo hacer algunas reflexiones sobre los cristianos y la diaria celebración de la Eucaristía, que todos los sacerdotes practicamos y en la que tantos cristianos participan.
Las genuinas celebraciones, sean litúrgicas, como la misa, o comidas comunitarias, deben nacer de la vida y ayudar a sus participantes a volver a las mismas, renovadas y transformadas. Si la vida cristiana es auténtica, lejos de llevarnos al narcisismo, nos cuestiona y nos hace repensar los valores de nuestra vida personal y los de la comunidad cristiana, como tal.
La vida cristiana nos obliga a mucho
La vida cristiana no tiene por objeto ofrecernos una escapatoria para librarnos de las implicaciones de la encarnación de Jesucristo y de nuestra responsabilidad de entrar de lleno en las actividades tendientes a la transformación del mundo, de acuerdo con nuestro talento y otras posibilidades. Todo lo contrario. La encarnación de Cristo nos obliga a luchar contra toda falsedad y a promover el Reino de Cristo en todas las esferas de la vida humana. Por tanto, podemos preguntarnos, ¿en qué nos ayuda la celebración diaria de la Eucaristía en nuestras relaciones con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos?
La Eucaristía nos diviniza
Nuestra apreciación de la Eucaristía debe estar enraizada en el reconocimiento y aceptación del inmenso amor que la Santísima Trinidad nos tiene, especialmente manifestado en la encarnación del Hijo y en la plena donación del Espíritu Santo. Del mismo modo que la comida y bebida vienen a ser parte del que las toma, así, al celebrar la Eucaristía y al recibir las especies sacramentales de pan y vino, nos hacemos unos con Cristo y, por tanto, nos divinizamos. ¡Qué grandiosa e insondable es la bondad y magnanimidad del Señor Jesús!
Es curioso y significativo anotar que Jesús no se limitó a bendecir y consagrar el pan en la Última Cena, sino que también lo partió y distribuyó, oficios propios estos de las madres y de los esclavos en el Antiguo Testamento. Con un sólo gesto, Jesús se nos presenta como esclavo y madre, concepto este último del que ya escribieron la gran santa benedictina Gertrudis de Helfta (1256-1302), y Santa Juliana de Norwich (1342+1416-1423).
Gestos que nos obligan
Esos gestos de Jesús nos indican hasta dónde debe llevarnos la recepción diaria de la Eucaristía, y el espíritu comunitario que ella debe inspirar y fortalecer. Nos llamamos hermanos, pero no siempre nos portamos como tales, incluso los que celebramos la santa Misa y comulgamos diariamente. Y no es tanto cuestión de dar y aun de repartir, sino de darnos, exactamente como hace Cristo en la Eucaristía. No es tan difícil dar una limosna; pero ya nos resulta más cuesta arriba visitar en el hospital a los enfermos en los que deberíamos ver al mismo Cristo en persona (Mt 23: 40; 25, 43).
Y los gestos de Cristo invitan tanto al individuo como a la comunidad cristiana, pues ambos lo reciben en la Eucaristía, formando así un sólo cuerpo. Se lo recordó San Pablo a sus cristianos de Corinto, y continúa recordándonoslo a nosotros (1, 10, 16-17).
Comunidad y Eucaristía
No es fácil explicar en qué consiste la vida comunitaria; podemos, sin embargo, afirmar que su elemento principal es la participación efectiva en las vidas de unos y otros. Y por vida entendemos aquí el esfuerzo que debemos hacer para conocernos y amarnos unos a otros, y así facilitarnos unos a otros la existencia a todos los niveles.
Desgraciadamente, este esfuerzo se ve, en parte, neutralizado por el temor a que los demás nos dominen, y así perdamos nuestra libertad; y también a que nos encontremos a nosotros mismos, y nos veamos obligados a mejorar nuestras vidas, a diluirnos dentro de la comunidad.
Para facilitar efectivamente la vida comunitaria, es necesario que permitamos a Cristo entrar de lleno en nuestras vidas para que nos modele a su gusto; evitar que nos encerremos en nosotros mismos, el creernos suficientes, en buscar sólo nuestro interés, y en preocuparnos sólo de nosotros mismos. En la Eucaristía, bien preparada y bien recibida, encontraremos la fuerza para construir la comunidad cristiana de tal modo que tenga una sola alma, y los bienes de todos se pongan al servicio de la comunidad justa y caritativamente (ver He 4: 32). Este debería ser el gran fruto de la diaria celebración de la Eucaristía
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