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domingo, 29 de julio de 2012

Proteja a sus hijos de las nuevas drogas

“La Iglesia tiene la gran responsabilidad de educar las conciencias, educar en la responsabilidad moral y desenmascarar el mal [...] desenmascarar también las falsas promesas, la mentira, la estafa, que está detrás de la droga”, (Santo Padre Benedicto XVI, Visita Apostólica a México, 2012). Los padres católicos deben conocer que la buena educación muchas veces no es suficiente para combatir los peligros que asechan a sus hijos. Es necesario orientarse y conocer las nuevas modalidades de sustancias controladas para así contrarrestarlas y mantener a sus adolescentes a salvo de sus garras. Al licor, al tabaco y a drogas como la cocaína, la heroína y el crack, ahora se suma la variedad de drogas sintéticas, al alcance fácilmente de nuestros chicos. ¿Cómo protegerlos de su amenaza? La Dra. Aida Mirna Vélez Cardona, Psicóloga Clínica y Forense que trabaja como asesora en la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA), propone orientación detallada sobre los efectos destructivos de las sustancias controladas. “Todo lo nuevo lo quieren probar”, dijo en alusión a la actitud y comportamiento de numerosos preadolescentes y jóvenes. "Debemos ser responsables en la educación de los hijos", añadió al recordar que "todo padre debe saber quienes son los compañeros que frecuentan sus hijos". Asimismo indicó que "el adolescente es muy vulnerable y sensitivo por su etapa de desarrollo psicosocial y psicosexual”, por lo que recomienda a los padres mayor proactividad en la orientación sobre los riesgos y peligros de las drogas. Por su parte, la pediatra y laica Luisa Burgos Vázquez alertó sobre los efectos y consecuencias del uso de estupefacientes. “El uso progresivo provoca un daño serio que puede llegar a ser irreversible", dijo al indicar que una droga lleva a otra de mayor intensidad. “El uso de drogas pueden intoxicar, afectar severamente el cerebro, afectar otros sistemas y destruir las células y provocar pérdida en las funciones cerebrales”, señaló al enumerar entre sus efectos los problemas de socialización, agresividad y muerte por intoxicación. En tiempos recientes la tendencia en algunos sectores apunta a mezclar diversas drogas para incrementar los efectos. Nuevas modalidades Las drogas de diseño (éxtasis, etc.), la marihuana sintética (a la venta en estaciones de gasolina y en tiendas de inciensos, etc.), las "zetas mágicas" u hongos alucinógenos, la ketamina (analgésico/anestésico de uso hospitalario que usan como sicoestimulante), el "spice" o hierba deshidratada con efecto similar al canabis y la combinación de bebidas energizantes con pastillas son usadas por muchos jóvenes en ambientes como discotecas, conciertos masivos, fiestas privadas y en otras actividades sociales. Son modificadas o creadas en algunos laboratorios con cambios a la estructura molecular de las drogas convencionales, como el éxtasis (metilendioximetanfetamina) y la marihuana sintética. Como señalamos arriba, unas son ilegales y otras de fácil acceso. Enemigos en la Red En la Internet existen cientos de portales que venden las nuevas modalidades de drogas con la apariencia de “sales de baño”, “inciensos” o “abono”. Por lo tanto, la supervisión de las computadoras, teléfonos móviles y las tabletas se hace obligatoria. También, como señalamos arriba, la orientación en cuanto a las consecuencias nefastas de las drogas es indispensable. Factores de protección y estadísticas Para mantener a salvo a nuestros jóvenes de la amenaza de las nuevas drogas, Juan Rivera Meléndez, Administrador Auxiliar (ASSMCA), reitera que la orientación es fundamental. “El 56% de los jóvenes han experimentado con el alcohol alguna vez y el 16% con el tabaco. Desde el hogar muchos jóvenes utilizan las drogas legales (el licor y el tabaco) y cuando se exponen a la presión de grupo negativa son más propensos", explicó. Las estadísticas de ASSMCA indican que a nivel intermedio el 43% ha utilizado alcohol, el 8.9% cigarrillos y el 7.2% las drogas ilegales, excluidas las sintéticas o de nueva modalidad que son usadas por miles de jovencitos que las adquieren fácilmente. Recientemente, el legislador José E. Torres Zamora radicó la Medida 3819 para definir los términos cannabinoides y cannabinoides sintéticos con la finalidad de prohibir el expendio de estas en establecimientos locales. Al momento de este reportaje, el proyecto, aprobado por la Cámara y por el Senado, espera por la firma del Gobernador. Respeto, amor y comprensión La orientación, en palabras claras y sencillas, es necesaria. Pero la atención de los padres a los hijos es igualmente relevante. Padre Felipe Núñez, Vicario de la Familia de la Arquidiócesis de San Juan, recordó que a los padres les corresponde suplir las necesidades afectivas de sus hijos para que no busquen en la calle y en las redes sociales, con los riesgos conocidos, lo que no reciben en el hogar. “Hay cuatro necesidades básicas que tiene todo ser humano y se tienen que satisfacer. La pertenencia, la autonomía, el auto-valor y el amar y ser amado. Cuando una de ellas no se llena correctamente en la familia se provoca un vacío. Esto pudiera provocar que el adolescente busque llenarlos de forma artificial y destructiva". explicó. Cuando los jóvenes se sienten amados, respetados y acompañados por su familia, continuó diciendo, concilian paz y serenidad en su interior. Entonces, muchos no buscarán refugio en las drogas y en el momento en que se las ofrezcas las rechazarán efectivamente. “La comunidad de fe también va a contribuir con una acción concreta de amor y cariño especialmente para aquellos que carecen del amor en su familia”, añadió Padre Núñez al aludir a la labor pastoral de los hermanos en la parroquia. Con Padre Núñez coincide la doctora Aida Mirna Vélez Cardona, quien subrayó la importancia de la comunicación y confianza que se deposita en los hijos, además de una supervisión proactiva. Jóvenes católicos: acción preventiva Los grupos de la pastoral juvenil católica y de otras denominaciones religiosas, en su gestión de orientación y acompañamiento, han sido efectivos. Las estadísticas de ASSMCA revelan que, en términos de prevención, un 20.8% a se mantiene a salvo del consumo de drogas. El Documento de Aparecida reafirma el compromiso de la Iglesia en su lucha contra el narcotráfico y las drogadicción. “La Iglesia debe promover una lucha frontal contra el consumo y el tráfico de drogas, insistiendo en el valor de la acción preventiva y reeducativa”. (#423).

Entrevista al arzobispo de San Juan de Puerto Rico sobre la norma HHS (Primera parte)

Los ataques contra la libertad religiosa se dan actualmente en varias partes del mundo. Algunas veces con diatribas, otras con sangre y fuego, y también a través de leyes que vulneran uno de los derechos fundamentales de las personas: creer y seguir una convicción moral que les dicte esa fe. En los Estados Unidos de Norteamérica se viene librando una verdadera “batalla” entre el gobierno actual y las confesiones religiosas, unidas de un modo sin precedentes, para evitar que se implemente la norma conocida como la ‘Health and Human Services’, la cual obligaría a los establecimientos regidos por los entes religiosos, a proporcionar medicamentos que atentan contra la vida del niño por nacer o los principios de la paternidad responsable. ZENIT entrevistó al arzobispo de San Juan de Puerto Rico, monseñor Roberto González Nieves, OFM, quien ha sido muy claro y enérgico al advertir sobre el panorama que se vislumbra en la sociedad estadounidense si este procedimiento se implementara, a la vez que podría ser tomado como un precedente para otros países. Excelencia, ¿por qué preocupa tanto a los obispos estadounidenses la norma de los Health and Human Services (HHS) del Gobierno federal? - Arzobispo González: La reglamentación de la Health and Human Services consiste en obligar a los empleadores, instituciones religiosas incluidas, a ofrecer cobertura médica a sus empleados en lo que se refiere a esterilizaciones y anticonceptivos aprobados por la FDA, incluyendo medicamentos abortivos, al igual que obliga a ofrecer consejería y educación a las mujeres sobre esterilización y anticonceptivos. De ahí que la preocupación de los obispos estadounidenses es muy genuina, oportuna y sumamente necesaria. Cuando un gobierno utiliza sus facultades para obligar a instituciones religiosas y a individuos en calidad de empleadores a actuar en contra de sus principios y enseñanzas, cuando les obliga a actuar en contra de sus conciencias, es signo de que la Libertad Religiosa está siendo amenazada y pone de manifiesto que ese gobierno, lejos de respetar la cláusula constitucional sobre la Libertad Religiosa, la está menoscabando. ¿En qué estado se encuentra actualmente esta ley? - Arzobispo González: Actualmente en el Congreso de los Estados Unidos se están considerando las siguientes dos medidas: Abortion Non-Discrimination Act (ANDA) y la Respect for Right of Conscience. La primera de ellas, reafirma el principio básico según el cual ninguna estructura sanitaria debería ser obligada por el Gobierno a efectuar abortos o a participar en ello. La otra medida va dirigida a proteger el derecho de objeción de conciencia. Estas medidas protegerían el derecho de millones de estadounidenses a tener acceso al sistema de salud sin violar sus más profundas convicciones morales y religiosas sobre el respeto a la vida humana. La Iglesia se ha movilizado al respecto, incluso con otras religiones y confesiones cristianas, porque va contra la Libertad Religiosa, ¿no? - Arzobispo González: Ciertamente la pretensión estatal de obligar a una institución religiosa y a un individuo en calidad de empleador a ir contra sus propios principios, convicciones y creencias, no es un asunto que atañe a una sola confesión religiosa. Aquí lo que está en juego es la Libertad Religiosa misma en los Estados Unidos. El Estado está llamado a garantizar y proteger el derecho de libertad de culto de cada uno de los miembros de la sociedad garantizado por la Constitución. Esta legislación vulnera dicho principio. Es sumamente alarmarte y preocupante que sea el Gobierno mismo, principal garante de la Carta Magna, quien atente contra la Libertad Religiosa. Hoy se pisotea el derecho a la Libertad Religiosa con la norma HHS, mañana podrían comprometerse fácilmente otros principios morales innegociables. De hecho, al ser un asunto que toca el derecho inalienable de la Libertad Religiosa, atañe no solo a la Iglesia Católica, sino a todos los ciudadanos creyentes (e incluso no creyentes), adeptos a cualquier confesión religiosas presente en los Estados Unidos, porque esta acción gubernamental puede dejar sentado que el Gobierno, so pretexto de la implementación de legislaciones de interés social y sanitario, puede actuar en cualquier momento contra la Libertad Religiosa de cualquier ciudadano. Además, este precedente en los Estados Unidos, que hasta ahora se había caracterizado por el sumo respeto de la Libertad Religiosa de sus ciudadanos, puede ser usado como pretexto por otros países para violar o seguir violando la Libertad Religiosa de sus ciudadanos. ¿Por qué la Libertad Religiosa es importante para una sociedad? - Arzobispo González: Quisiera responder a esa pregunta con una cita del papa Benedicto XVI: "En particular, los padres conciliares aprobaron, hace exactamente cuarenta años, una Declaración concerniente a la cuestión de la Libertad Religiosa, es decir, al derecho de las personas y de las comunidades a poder buscar la verdad y profesar libremente su fe. Las primeras palabras, que dan el título a este documento, son "Dignitatis humanae": la Libertad Religiosa deriva de la singular dignidad del hombre que, entre todas las criaturas de esta tierra, es la única capaz de entablar una relación libre y consciente con su Creador. "Todos los hombres —dice el Concilio—, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y voluntad libre, (...) se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la verdad religiosa" (Dignitatis humanae, 2). (Cfr. Angelus, 4 de diciembre de 2005) El papa, luego de definir y resaltar la importancia de la Libertad Religiosa, muy proféticamente nos advierte acerca de las amenazas a la misma: “En efecto, la Libertad Religiosa está lejos de ser asegurada efectivamente por doquier: en algunos casos se la niega por motivos religiosos o ideológicos; otras veces, aunque se la reconoce teóricamente, es obstaculizada de hecho por el poder político o, de manera más solapada, por el predominio cultural del agnosticismo y del relativismo.” (cfr. Angelus, 4 de diciembre de 2005) Con la norma de los Health and Human Services que, como hemos visto, va contra la Libertad Religiosa, se hace factible que cualquier gobierno en los Estados Unidos, hoy o mañana, impida solapadamente a los ciudadanos creyentes y a las instituciones religiosas, en cuanto a dadores de empleo, por razones ideológicas y políticas, profesar y práctica su fe. Y como se puede deducir de las palabras del Sumo Pontífice, toda amenaza contra la Libertad Religiosa es una amenaza a la dignidad humana misma. ¿Cómo ha sido la respuesta de la población a la campaña de la Iglesia estadounidense de las últimas dos semanas? - Arzobispo González: Primeramente es menester resaltar la reacción a tiempo y responsable de los obispos estadounidenses ante este ataque frontal del Gobierno contra la Libertad Religiosa. La campaña desplegada por los obispos y en general por los católicos en los Estados Unidos, ya de por sí incisiva, no se puede medir solo por su impacto a corto plazo. Los obispos estadounidenses muy sabiamente han hecho una campaña multimedia y multiforme. La intervención de los obispos trasciende la presente circunstancia. Su objetivo principal es formar la conciencia humana de tal manera, que más allá de la presente contingencia, las personas conozcan sus deberes y derechos, con Dios, consigo y con los demás, y no estén jamás dispuestos a negociar con nadie, por poderoso que sea, sus propios principios. Por otro lado, la circunstancia actual impone esfuerzos de impacto inmediato como alertar, denunciar y educar, haciendo uso de incluso de la más efectiva red de movimientos eclesiales laicales católicos que se dedican a la defensa de la vida y la Libertad Religiosa. Me impresionó la respuesta de la población católica de los Estados Unidos al llamado de sus obispos al convocar la quincena de oración por la Libertad Religiosa. De todos los esfuerzos, la oración es el más indispensable. Los obispos estadounidenses y los fieles católicos, inspirados en las palabras del apóstol Santiago, el cual asegura que “la oración del justo tiene poder”, han orado fervorosamente seguros de que en última instancia, “nuestro auxilio viene del Señor”. (ZENIT/José Antonio Varela Vidal)

En Foco: Parece que los medios no quieren al Papa

Actualidad El último conflicto surgido en la Iglesia, la crisis de filtración de documentos confidenciales del palacio pontificio, pone de manifiesto una realidad evidente desde que fue elegido a la cátedra de San Pedro: que Benedicto XVI es un papa rechazado por muchos medios poderosos, como lo son la prensa, ciertos intelectuales, grupos que se autodenominan “progresistas”, etc. Desde el mismo día de su elección, al Santo Padre se le denominó Papa-Nazi, etc. Gran parte de los medios de comunicación social resaltaba situaciones difíciles y dolorosas que el Santo Padre ha tenido que pasar. Podemos mencionar la crítica que hizo de Mahoma en una universidad alemana y que exacerbó los ánimos de los musulmanes y la crítica que hizo de los profilácticos como método erróneo para prevenir el SIDA en África. No olvido situaciones injustas de medios que lo responsabilizaron por el problema de los sacerdotes pedofílos, por lo que un sector antieclesial demandó su renuncia al solio de San Pedro. En Puerto Rico la situación no ha sido distinta. Recuerdo que en tiempos del beato Juan Pablo II no pasaban dos semanas sin que varios medios de comunicación no publicaran alguna noticia del pontífice polaco. Desde que el Papa Benedicto XVI está pastoreando a la Iglesia, pasan los meses y no se sabe nada de él. Cualquiera diría que el Santo Padre no hace nada. Lejos de la verdad, Benedicto XVI hace noticia, sólo que no las quieren reseñar. Veamos: Los medios de comunicación no presentan noticias tan importantes como las tres jornadas juveniles que él ha protagonizado y en las cuales Puerto Rico ha tenido una buena representación juvenil. La de Madrid fue muy especial: fueron quinientos jóvenes de Puerto Rico y en la vigilia participaron dos millones de jóvenes. Ninguna estrella de rock ha reunido tanta juventud. Los noticieros locales no reseñaron que el Papa, como todo un padre, se negó a abandonar a sus hijos en medio de la tormenta. Tampoco se han reseñado las visitas que el Sumo Pontífice ha realizado a Inglaterra, España, México y Cuba. En la visita a los Estados Unidos, Benedicto XVI cambió la percepción que la gente tenía de él puesto que se preocupó de hablar con víctimas de sacerdotes pedófilos y que fue toda una experiencia de sanación, en la cual hubo lágrimas de purificación. Además, los medios no reseñaron la segunda visita que el Papa hizo a Alemania, en la que tendió puentes con los protestantes, al hablar positivamente de Martín Lutero y presentar puntos teológicos en los que el reformador protestante estaba correcto. Tampoco los medios reseñaron las lágrimas de emoción del Papa ante la gran asistencia de sacerdotes para la clausura del Año Sacerdotal. Tampoco los medios reseñaron la gran valentía que Benedicto XVI desplegó en su carta a los católicos de Irlanda, en la cual mencionó que los enemigos de la Iglesia no eran los medios, sino los sacerdotes que le habían fallado a Cristo, a la Iglesia, a los padres y a los niños. En estos días, los medios no han mencionado ni la asistencia de dos millones de personas a Milán para el Congreso de Familias, ni la apertura del Año de la Fe, este próximo mes de octubre. La razón de esto la encontramos en el Evangelio de San Juan. Ahí Cristo nos dice: “Cuando el mundo los odie, tengan presente que primero me ha odiado a mí. Si pertenecen al mundo, el mundo los querría como a cosa suya, pero como no le pertenecen, sino que al elegirlos yo los he sacado del mundo, el mundo los odia (Jn. 15, 18-19)”. Durante el pontificado del Beato Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, era el custodio de la verdad. Esto es, él tenía la encomienda que toda persona o institución que hablara o enseñara en nombre de la Iglesia Católica, siguiera las enseñanzas que la Iglesia había recibido de manos del mismo Jesús. Cada vez que un teólogo católico, una institución o un libro que enseñara cosas opuestas a la verdad revelada, eran llamados a capítulo por el Cardenal Ratzinger. Era al Cardenal Ratzinger quien le tocaba imponer la medida prescrita al caso en cuestión. Desde antes de su elevación a la cátedra de San Pedro, el Cardenal Ratzinger contaba con el repudio de parte de muchos sectores que buscaban que la Iglesia se relajara a muchas cuestiones, sobre todo de índole sexual. En su homilía antes de comenzar el cónclave que lo elegiría Papa, ya indicaba que “estábamos asediados por la dictadura del relativismo”. No es de extrañar entonces que en un mundo que quiere cambiar la definición de matrimonio para incluir parejas del mismo sexo, que quiere relativizar el matrimonio y que apoya al aborto, la figura de Benedicto XVI sea atacada. Por un lado, los medios tratan de ignorar al Papa cuando se levanta como “voz que clama en el desierto”, mas aprovechan la más mínima grieta de su pontificado para atacarlo. Por supuesto que el Papa, como humano, comete errores, como los cometió Juan Pablo II, como los cometió Pablo VI, como los cometió Juan XXIII, como los cometió el mismo San Pedro (que sepa yo, el único que no ha cometido errores es Cristo), pero el querer atacar al Papa gratuitamente e ignorar las cosas bellas que él hace, es un ataque a toda la Iglesia. Nosotros los católicos tenemos que estar en vigilancia y no dejarnos llevar por la corriente del mundo, que está opuesta a Cristo.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto de Wrocław Sábado 31 de mayo de 1997 Insigne señor presidente de la República de Polonia; venerado señor cardenal metropolitano de Wrocław: 1. Agradezco profundamente al señor presidente las palabras de bienvenida que ha pronunciado en nombre de las autoridades del Estado de la República de Polonia. También expreso mi gratitud al metropolitano de Wrocław por el saludo que me ha dirigido en nombre de esta archidiócesis, del Episcopado y de toda la Iglesia que está en Polonia. Deseo de todo corazón corresponder con los mismos sentimientos que me han manifestado. Así, queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas de nuestra madre patria, me encuentro de nuevo entre vosotros como peregrino. Ya es el sexto viaje del Papa polaco a su tierra natal. No obstante, me embarga siempre el corazón una profunda emoción. Cada vez que regreso a Polonia es como si volviera a estar bajo el techo de la casa paterna, donde cualquier objeto, por más pequeño que sea, nos recuerda lo más cercano y más querido para nuestro corazón. Por tanto, ¿cómo no dar gracias en este instante a la divina Providencia por haberme permitido aceptar, una vez más, la invitación que me han hecho la Iglesia en Polonia y las autoridades del Estado a volver a mi patria? He aceptado con gozo esta invitación y hoy, una vez más, quiero agradecerla cordialmente. En este momento abrazo con mi pensamiento y con mi corazón a toda mi patria y a todos mis compatriotas, sin excepción alguna. Os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas. Saludo a la Iglesia en Polonia, al cardenal primado, a todos los cardenales, arzobispos y obispos, a los sacerdotes, a las familias religiosas masculinas y femeninas y a todo el pueblo creyente, tan enraizado en la fe católica. Saludo especialmente a la juventud polaca, puesto que es el futuro de esta tierra. Saludo, de modo particular, a las personas que sufren a causa de la enfermedad, la soledad, la vejez, la pobreza o la indigencia. Saludo a los hermanos y a las hermanas de la Iglesia ortodoxa de Polonia y de las comunidades de la Reforma, y también a nuestros hermanos mayores en la fe de Abraham y a los que profesan el islam en esta tierra. Saludo a todos los hombres de buena voluntad, que buscan con sinceridad la verdad y el bien. No quiero olvidar a nadie, pues os llevo a todos en mi corazón y os recuerdo a todos en mis oraciones. 2. ¡Te saludo, Polonia, patria mía! Aunque me ha tocado vivir lejos, no dejo de sentirme hijo de esta tierra, y nada de lo que tiene que ver con ella me resulta extraño. Ciudadanos polacos, me alegro con vosotros por los éxitos que obtenéis y comparto vuestras preocupaciones. Sin duda infunde optimismo, por ejemplo, el proceso, en realidad difícil, del «aprendizaje de la democracia» y la consolidación gradual de las estructuras de un Estado democrático y de derecho. Se están logrando muchos éxitos en el campo de la economía y de las reformas sociales, reconocidos por prestigiosos organismos internacionales. Pero no faltan tampoco los problemas y las tensiones, a veces muy dolorosas, que es necesario resolver con el esfuerzo común y solidario de todos, respetando los derechos de todo hombre y, especialmente, del más indefenso y débil. Estoy seguro de que los polacos son una nación dotada de un enorme potencial de talentos espirituales, intelectuales y de voluntad; una nación que es capaz de hacer mucho y que puede desempeñar un papel importante dentro de la familia de los países europeos. Y precisamente esto es lo que deseo de todo corazón a mi patria. Vengo a vosotros, queridos compatriotas, como quien desea servir, brindar un servicio apostólico a todos y a cada uno de vosotros. El servicio del Sucesor de san Pedro es el ministerio de la fe, según las palabras de Cristo: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32). Esta es la misión de Pedro y esta es la misión de la Iglesia. Con su mirada fija en el ejemplo de su Maestro, sólo desea poder servir al hombre, anunciando el Evangelio. «El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación, o pueblo (...), en el ámbito de toda la humanidad— este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (Redemptor hominis, 14). 3. Vengo a vosotros, queridos compatriotas, en nombre de Jesucristo, de aquel que es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). Este es el lema de mi visita. En el itinerario de esta peregrinación apostólica, en unión con vosotros, deseo profesar la fe en aquel que es el «centro del cosmos y de la historia » y, en especial, el centro de la historia de esta nación, bautizada ya hace más de mil años. Debemos renovar esta profesión de fe, junto con toda la Iglesia, que se prepara espiritualmente para el gran jubileo del año 2000. El recorrido de esta peregrinación es muy rico, y tres ciudades constituyen sus principales etapas: Wrocław, Gniezno y Cracovia. Ante todo Wrocław, que acoge el 46 Congreso eucarístico internacional. «Hacedle lugar, el Señor viene del cielo...». Estoy convencido de que este Congreso eucarístico contribuirá eficazmente a la expansión del espacio vital ofrecido a Cristo en el santísimo Sacramento, a Cristo crucificado y resucitado, a Cristo Redentor del mundo, en la vida de esta Iglesia que está en Wrocław, en la vida de la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. Se trata aquí de favorecer el acceso a todas las riquezas de la fe y de la cultura, que unen a la Eucaristía. Se trata de un espacio espiritual, de un espacio de pensamientos humanos y corazón humano, de un espacio de fe, esperanza y caridad, y también de un espacio de conversión, purificación y santidad. A todo esto nos referimos cuando cantamos: «Hacedle lugar... ». La segunda etapa es la antiquísima Gniezno. Mi visita tiene lugar durante el año en que la Iglesia en Polonia celebra el milenario del martirio de san Adalberto. Junto con nosotros, lo celebran nuestros vecinos checos, y también los húngaros, los eslovacos y los alemanes. En el ámbito de esta peregrinación, junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, quisiera dar gracias, ante todo, por el don de la fe, consolidada en nuestra historia por la sangre del mártir Adalberto. Este aniversario tiene también una clara dimensión europea. En efecto, nos recuerda el histórico encuentro de Gniezno en el año 1000, que tuvo lugar ante las reliquias del mártir. La figura de san Adalberto no sólo está inscrita muy profundamente en la historia espiritual de Polonia, sino también en la de Europa, y su mensaje no ha perdido actualidad. Por último, Cracovia, es decir, el VI centenario de la fundación jaguellónica de la Universidad de Cracovia y, en particular, de su facultad de teología, gracias a los esfuerzos de la beata reina Eduvigis. También aquí se trata de un acontecimiento decisivo para el espíritu de la nación y de la cultura polacas. En torno a estas tres etapas principales se ha estructurado todo el programa de este viaje muy vasto y rico. Está unido por la figura de Jesucristo, que es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8), la figura de Cristo, que, de modo tan admirable, revela su poder en la vida de los santos y los beatos, que la Iglesia eleva al honor de los altares. De esto nos hablarán las canonizaciones y las beatificaciones de grandes polacos, hombres y mujeres, que realizaré durante esta visita apostólica. Deseamos profesar juntos nuestra fe en Cristo, y también queremos invitarlo nuevamente a estar con nuestras familias, en todos los lugares donde vivimos y trabajamos; queremos, una vez más, invitarlo a nuestra casa común, que se llama Polonia. Para terminar, os agradezco una vez más vuestra bienvenida tan cordial a la patria, una bienvenida bajo la lluvia, pero es precisamente lo que esperaba. Es necesario alejarse un poco del sol que calienta cada vez más en Italia, y sentir un clima más fresco, con lluvia. Por eso, os agradezco mucho esta bienvenida. Saludo a todos los presentes, saludo a cuantos se han reunido aquí para participar en el Congreso eucarístico internacional, y también a todos mis compatriotas, y bendigo de corazón a todos. © Copyright 1997 - Libreria Editrice Vaticana

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI

Tema: «Proponer las vocaciones en la Iglesia local» Queridos hermanos y hermanas La XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones que se celebrará el 15 de mayo de 2011, cuarto Domingo de Pascua, nos invita a reflexionar sobre el tema: «Proponer las vocaciones en la Iglesia local». Hace setenta años, el Venerable Pío XII instituyó la Obra Pontificia para las Vocaciones Sacerdotales. A continuación, animadas por sacerdotes y laicos, obras semejantes fueron fundadas por Obispos en muchas diócesis como respuesta a la invitación del Buen Pastor, quien, «al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y dijo: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 36-38). El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero. El modo en el que Jesús llamó a sus más estrechos colaboradores para anunciar el Reino de Dios ha de ser objeto particular de nuestra atención (cf. Lc 10,9). En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al «Señor de la mies» tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales. El Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19). Les mostró su misión mesiánica con numerosos «signos» que indicaban su amor a los hombres y el don de la misericordia del Padre; los educó con la palabra y con la vida, para que estuviesen dispuestos a ser los continuadores de su obra de salvación; finalmente, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), les confió el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envió a todo el mundo con el mandato: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). La propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35). También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya. Se trata de una verdadera y propia escuela de formación para cuantos se preparan para el ministerio sacerdotal y para la vida consagrada, bajo la guía de las autoridades eclesiásticas competentes. El Señor no deja de llamar, en todas las edades de la vida, para compartir su misión y servir a la Iglesia en el ministerio ordenado y en la vida consagrada, y la Iglesia «está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 41). Especialmente en nuestro tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta de seguirlo, entregando la propia vida, puede parecer demasiado difícil, toda comunidad cristiana, todo fiel, debería de asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia. Yo mismo los aliento, como he hecho con aquellos que se decidieron ya a entrar en el Seminario, a quienes escribí: «Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, seguirán teniendo necesidad de Dios, del Dios manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal, para aprender con Él y por medio de Él la vida verdadera, y tener presentes y operativos los criterios de una humanidad verdadera» (Carta a los Seminaristas, 18 octubre 2010). Conviene que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo, principalmente a los muchachos, a las muchachas y a los jóvenes —como hizo Jesús con los discípulos— para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan la escucha atenta y fructífera de la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras; para que comprendan que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos; para que vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones. «Proponer las vocaciones en la Iglesia local», significa tener la valentía de indicar, a través de una pastoral vocacional atenta y adecuada, este camino arduo del seguimiento de Cristo, que, al estar colmado de sentido, es capaz de implicar toda la vida. Me dirijo particularmente a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado. Para dar continuidad y difusión a vuestra misión de salvación en Cristo, es importante incrementar cuanto sea posible «las vocaciones sacerdotales y religiosas, poniendo interés especial en las vocaciones misioneras» (Decr. Christus Dominus, 15). El Señor necesita vuestra colaboración para que sus llamadas puedan llegar a los corazones de quienes ha escogido. Tened cuidado en la elección de los agentes pastorales para el Centro Diocesano de Vocaciones, instrumento precioso de promoción y organización de la pastoral vocacional y de la oración que la sostiene y que garantiza su eficacia. Además, quisiera recordaros, queridos Hermanos Obispos, la solicitud de la Iglesia universal por una equilibrada distribución de los sacerdotes en el mundo. Vuestra disponibilidad hacia las diócesis con escasez de vocaciones es una bendición de Dios para vuestras comunidades y para los fieles es testimonio de un servicio sacerdotal que se abre generosamente a las necesidades de toda la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha recordado explícitamente que «el deber de fomentar las vocaciones pertenece a toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una vida totalmente cristiana» (Decr. Optatam totius, 2). Por tanto, deseo dirigir un fraterno y especial saludo y aliento, a cuantos colaboran de diversas maneras en las parroquias con los sacerdotes. En particular, me dirijo a quienes pueden ofrecer su propia contribución a la pastoral de las vocaciones: sacerdotes, familias, catequistas, animadores. A los sacerdotes les recomiendo que sean capaces de dar testimonio de comunión con el Obispo y con los demás hermanos, para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales. Que las familias estén «animadas de espíritu de fe, de caridad y de piedad» (ibid), capaces de ayudar a los hijos e hijas a acoger con generosidad la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada. Los catequistas y los animadores de las asociaciones católicas y de los movimientos eclesiales, convencidos de su misión educativa, procuren «cultivar a los adolescentes que se les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen ánimo la vocación divina» (ibid). Queridos hermanos y hermanas, vuestro esfuerzo en la promoción y cuidado de las vocaciones adquiere plenitud de sentido y de eficacia pastoral cuando se realiza en la unidad de la Iglesia y va dirigido al servicio de la comunión. Por eso, cada momento de la vida de la comunidad eclesial —catequesis, encuentros de formación, oración litúrgica, peregrinaciones a los santuarios— es una preciosa oportunidad para suscitar en el Pueblo de Dios, particularmente entre los más pequeños y en los jóvenes, el sentido de pertenencia a la Iglesia y la responsabilidad de la respuesta a la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, llevada a cabo con elección libre y consciente. La capacidad de cultivar las vocaciones es un signo característico de la vitalidad de una Iglesia local. Invocamos con confianza e insistencia la ayuda de la Virgen María, para que, con el ejemplo de su acogida al plan divino de la salvación y con su eficaz intercesión, se pueda difundir en el interior de cada comunidad la disponibilidad a decir «sí» al Señor, que llama siempre a nuevos trabajadores para su mies. Con este deseo, imparto a todos de corazón mi Bendición Apostólica. Vaticano, 15 noviembre 2010 BENEDICTO PP. XVI © Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro, Frascati Domingo 15 de julio de 2012 Queridos hermanos y hermanas: Estoy muy contento de hallarme entre vosotros hoy para celebrar esta Eucaristía y para compartir gozos y esperanzas, fatigas y empeños, ideales y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Saludo al señor cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado y titular de esta diócesis. Saludo a vuestro pastor, monseñor Raffaello Martinelli, y al alcalde de Frascati, agradeciéndoles las corteses palabras de bienvenida con las que me han acogido en nombre de todos vosotros. Me alegra saludar al señor ministro, a los presidentes de la Región y de la Provincia, al alcalde de Roma, a los demás alcaldes presentes y a todas las distinguidas autoridades. Y estoy muy feliz por celebrar hoy con vuestro obispo esta misa. Como él ha dicho, durante más de veinte años fue para mí un fidelísimo y muy capaz colaborador en la Congregación para la doctrina de la fe, donde trabajó sobre todo en el sector del catecismo y de la catequesis; con gran silencio y discreción contribuyó al Catecismo de la Iglesia Católica y al Compendio del Catecismo. En esta gran sinfonía de la fe también su voz está muy presente. En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar a los doce apóstoles en misión (cf. Mc 6, 7-13). En efecto, el término «apóstoles» significa precisamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente después de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiere involucrar a los Doce en su acción: es una especie de «aprendizaje» en vista de la gran responsabilidad que les espera. El hecho de que Jesús llame a algunos discípulos a colaborar directamente en su misión, manifiesta un aspecto de su amor: esto es, Él no desdeña la ayuda que otros hombres pueden dar a su obra; conoce sus límites, sus debilidades, pero no los desprecia; es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desprendimiento: los apóstoles no deben estar apegados al dinero ni a la comodidad. Jesús además advierte a los discípulos de que no recibirán siempre una acogida favorable: a veces serán rechazados; incluso puede que hasta sean perseguidos. Pero esto no les tiene que impresionar: deben hablar en nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse de tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios. La primera lectura proclamada nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios a menudo no son bien recibidos. Este es el caso del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel, un santuario del reino de Israel (cf. Am 7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias, denunciando sobre todo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al Señor y hacen vanos los actos de culto. Por ello Amasías, sacerdote de Betel, ordena a Amós que se marche. Él responde que no ha sido él quien ha elegido esta misión, sino que el Señor ha hecho de él un profeta y le ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por lo tanto, ya se le acepte o rechace, seguirá profetizando, predicando lo que Dios dice y no lo que los hombres quieren oír decir. Y esto sigue siendo el mandato de la Iglesia: no predica lo que quieren oír decir los poderosos. Y su criterio es la verdad y la justicia aunque esté contra los aplausos y contra el poder humano. Igualmente, en el Evangelio Jesús advierte a los Doce que podrá ocurrir que en alguna localidad sean rechazados. En tal caso deberán irse a otro lugar, tras haber realizado ante la gente el gesto de sacudir el polvo de los pies, signo que expresa el desprendimiento en dos sentidos: desprendimiento moral —como decir: el anuncio os ha sido hecho, vosotros sois quienes lo rechazáis— y desprendimiento material —no hemos querido y nada queremos para nosotros (cf. Mc 6, 11). La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden conformarse con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo de Jesús, la curación de los enfermos; curación corporal y espiritual. Habla de las sanaciones concretas de las enfermedades, habla también de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma que están oscurecidos por las ideologías y por ello no pueden ver a Dios, no pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación corporal y espiritual es siempre el mandato de los discípulos de Cristo. Por lo tanto la misión apostólica debe siempre comprender los dos aspectos de predicación de la Palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de entrega. Queridos hermanos y hermanas: doy gracias a Dios que me ha enviado hoy a re-anunciaros esta Palabra de salvación. Una Palabra que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia que está en Frascati. Vuestro obispo me ha informado del empeño pastoral que más le importa, que en esencia es un empeño formativo, dirigido ante todo a los formadores: formar a los formadores. Es precisamente lo que hizo Jesús con sus discípulos: les instruyó, les preparó, les formó también mediante el «aprendizaje» misionero, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en la Iglesia. En la comunidad cristiana éste es siempre el primer servicio que ofrecen los responsables: a partir de los padres, que en la familia cumplen la misión educativa con los hijos; pensemos en los párrocos, que son responsables de la formación en la comunidad; en todos los sacerdotes, en los distintos ámbitos de trabajo: todos viven una dimensión educativa prioritaria; y los fieles laicos, además del ya recordado papel de padres, están involucrados en el servicio formativo con los jóvenes o los adultos, como responsables en Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o comprometidos en ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención en la formación de las personas. El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al compromiso como laicos en la Iglesia misma y en la sociedad. Importante es que la riqueza de los dones encuentre plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a Dios con uno mismo por entero, donando esa alegría en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada o en el camino del matrimonio, dos caminos complementarios que se iluminan entre sí, se enriquecen recíprocamente y juntos enriquecen a la comunidad. La virginidad por el Reino de Dios y el matrimonio son en ambos casos vocaciones, llamadas de Dios a las que responder con y para toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, acoger, responder. Como María: «Heme aquí, que se cumpla en mí según tu palabra» (cf. Lc 1, 38). Aquí también, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra con largueza sus dones, llama a seguirle y a extender en el hoy su misión. También aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por ello os propongo que viváis intensamente el Año de la fe que empezará en octubre, a los 50 años de la apertura del concilio Vaticano II. Los documentos del Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas generaciones cristianas, para la formación de nuestra conciencia. Así que leedlos, leed el Catecismo de la Iglesia católica y así redescubrid la belleza de ser cristianos, de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formado en torno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado, sino siempre abierto y orientado al anuncio del Evangelio. Queridos hermanos y hermanas de Frascati: estad unidos entre vosotros y al mismo tiempo abiertos, misioneros. Permaneced firmes en la fe, arraigados en Cristo mediante la Palabra y la Eucaristía; sed gente que ora para estar siempre unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, y al mismo tiempo id, llevad su mensaje a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres, a los que sufren. En cada comunidad quereos entre vosotros; no estéis divididos, sino vivid como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su Iglesia y el Reino de Dios está cerca. Los patronos de la diócesis de Frascati son dos apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce. A su intercesión encomiendo el camino de vuestra comunidad, para que se renueve en la fe y dé de ella claro testimonio con las obras de la caridad. Amén. © Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana

AUDIENCIA GENERAL

BENEDICTO XVI Queridos hermanos y hermanas: Nuestra oración está hecha, como hemos visto los miércoles pasados, de silencios y palabra, de canto y gestos que implican a toda la persona: los labios, la mente, el corazón, todo el cuerpo. Es una característica que encontramos en la oración judía, especialmente en los Salmos. Hoy quiero hablar de uno de los cantos o himnos más antiguos de la tradición cristiana, que san Pablo nos presenta en el que, en cierto modo, es su testamento espiritual: la Carta a los Filipenses. Se trata de una Carta que el Apóstol dicta mientras se encuentra en la cárcel, tal vez en Roma. Siente próxima su muerte, pues afirma que su vida será ofrecida como sacrificio litúrgico (cf. Flp 2, 17). A pesar de esta situación de grave peligro para su incolumidad física, san Pablo, en toda la Carta, manifiesta la alegría de ser discípulo de Cristo, de poder ir a su encuentro, hasta el punto de que no ve la muerte como una pérdida, sino como una ganancia. En el último capítulo de la Carta hay una fuerte invitación a la alegría, característica fundamental del ser cristianos y de nuestra oración. San Pablo escribe: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Flp 4, 4). Pero, ¿cómo puede alguien estar alegre ante una condena a muerte ya inminente? ¿De dónde, o mejor, de quién le viene a san Pablo la serenidad, la fuerza, la valentía de ir al encuentro del martirio y del derramamiento de su sangre? Encontramos la respuesta en el centro de la Carta a los Filipenses, en lo que la tradición cristiana denomina carmen Christo, el canto a Cristo, o más comúnmente, «himno cristológico»; un canto en el que toda la atención se centra en los «sentimientos» de Cristo, es decir, en su modo de pensar y en su actitud concreta y vivida. Esta oración comienza con una exhortación: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2, 5). Estos sentimientos se presentan en los versículos siguientes: el amor, la generosidad, la humildad, la obediencia a Dios, la entrega. No se trata sólo y sencillamente de seguir el ejemplo de Jesús, como una cuestión moral, sino de comprometer toda la existencia en su modo de pensar y de actuar. La oración debe llevar a un conocimiento y a una unión en el amor cada vez más profundos con el Señor, para poder pensar, actuar y amar como él, en él y por él. Practicar esto, aprender los sentimientos de Jesús, es el camino de la vida cristiana. Ahora quiero reflexionar brevemente sobre algunos elementos de este denso canto, que resume todo el itinerario divino y humano del Hijo de Dios y abarca toda la historia humana: desde su ser de condición divina, hasta la encarnación, la muerte en cruz y la exaltación en la gloria del Padre está implícito también el comportamiento de Adán, el comportamiento del hombre desde el inicio. Este himno a Cristo parte de su ser «en morphe tou Theou», dice el texto griego, es decir, de su ser «en la forma de Dios», o mejor, en la condición de Dios. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, no vive su «ser como Dios» para triunfar o para imponer su supremacía; no lo considera una posesión, un privilegio, un tesoro que guardar celosamente. Más aún, «se despojó de sí mismo», se vació de sí mismo asumiendo, dice el texto griego, la «morphe doulou», la «forma de esclavo», la realidad humana marcada por el sufrimiento, por la pobreza, por la muerte; se hizo plenamente semejante a los hombres, excepto en el pecado, para actuar como siervo completamente entregado al servicio de los demás. Al respecto, Eusebio de Cesarea, en el siglo iv, afirma: «Tomó sobre sí mismo las pruebas de los miembros que sufren. Hizo suyas nuestras humildes enfermedades. Sufrió y padeció por nuestra causa y lo hizo por su gran amor a la humanidad» (La demostración evangélica, 10, 1, 22). San Pablo prosigue delineando el cuadro «histórico» en el que se realizó este abajamiento de Jesús: «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8). El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre y recorrió un camino en la completa obediencia y fidelidad a la voluntad del Padre hasta el sacrificio supremo de su vida. El Apóstol especifica más aún: «hasta la muerte, y una muerte de cruz». En la cruz Jesucristo alcanzó el máximo grado de la humillación, porque la crucifixión era el castigo reservado a los esclavos y no a las personas libres: «mors turpissima crucis», escribe Cicerón (cf. In Verrem, v, 64, 165). En la cruz de Cristo el hombre es redimido, y se invierte la experiencia de Adán: Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, pretendió ser como Dios con sus propias fuerzas, ocupar el lugar de Dios, y así perdió la dignidad originaria que se le había dado. Jesús, en cambio, era «de condición divina», pero se humilló, se sumergió en la condición humana, en la fidelidad total al Padre, para redimir al Adán que hay en nosotros y devolver al hombre la dignidad que había perdido. Los Padres subrayan que se hizo obediente, restituyendo a la naturaleza humana, a través de su humanidad y su obediencia, lo que se había perdido por la desobediencia de Adán. En la oración, en la relación con Dios, abrimos la mente, el corazón, la voluntad a la acción del Espíritu Santo para entrar en esa misma dinámica de vida, come afirma san Cirilo de Alejandría, cuya fiesta celebramos hoy: «La obra del Espíritu Santo busca transformarnos por medio de la gracia en la copia perfecta de su humillación» (Carta Festal 10, 4). La lógica humana, en cambio, busca con frecuencia la realización de uno mismo en el poder, en el dominio, en los medios potentes. El hombre sigue queriendo construir con sus propias fuerzas la torre de Babel para alcanzar por sí mismo la altura de Dios, para ser como Dios. La Encarnación y la cruz nos recuerdan que la realización plena está en la conformación de la propia voluntad humana a la del Padre, en vaciarse del propio egoísmo, para llenarse del amor, de la caridad de Dios y así llegar a ser realmente capaces de amar a los demás. El hombre no se encuentra a sí mismo permaneciendo cerrado en sí mismo, afirmándose a sí mismo. El hombre sólo se encuentra saliendo de sí mismo. Sólo si salimos de nosotros mismos nos reencontramos. Adán quiso imitar a Dios, cosa que en sí misma no está mal, pero se equivocó en la idea de Dios. Dios no es alguien que sólo quiere grandeza. Dios es amor que ya se entrega en la Trinidad y luego en la creación. Imitar a Dios quiere decir salir de sí mismo, entregarse en el amor. En la segunda parte de este «himno cristológico» de la Carta a los Filipenses, cambia el sujeto; ya no es Cristo, sino Dios Padre. San Pablo pone de relieve que, precisamente por la obediencia a la voluntad del Padre, «Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre» (Flp 2, 9-10). Aquel que se humilló profundamente asumiendo la condición de esclavo, es exaltado, elevado sobre todas las cosas por el Padre, que le da el nombre de «Kyrios», «Señor», la suprema dignidad y señorío. Ante este nombre nuevo, que es el nombre mismo de Dios en el Antiguo Testamento, «toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (vv. 10-11). El Jesús que es exaltado es el de la última Cena, que se despoja de sus vestiduras, se ata una toalla, se inclina a lavar los pies a los Apóstoles y les pregunta: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 12-14). Es importante recordar siempre en nuestra oración y en nuestra vida que «el ascenso a Dios se produce precisamente en el descenso del servicio humilde, en el descenso del amor, que es la esencia de Dios y, por eso, la verdadera fuerza purificadora que capacita al hombre para percibir y ver a Dios» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 124). El himno de la Carta a los Filipenses nos ofrece aquí dos indicaciones importantes para nuestra oración. La primera es la invocación «Señor» dirigida a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre: él es el único Señor de nuestra vida, en medio de tantos «dominadores» que la quieren dirigir y guiar. Por ello, es necesario tener una escala de valores en la que el primado corresponda a Dios, para afirmar con san Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8). El encuentro con el Resucitado le hizo comprender que él es el único tesoro por el cual vale la pena gastar la propia existencia. La segunda indicación es la postración, el «doblarse de toda rodilla» en la tierra y en el cielo, que remite a una expresión del profeta Isaías, donde indica la adoración que todas las criaturas deben a Dios (cf. 45, 23). La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el ponerse de rodillas durante la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de no realizar este gesto por costumbre o de prisa, sino con profunda consciencia. Cuando nos arrodillamos ante el Señor confesamos nuestra fe en él, reconocemos que él es el único Señor de nuestra vida. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra oración fijemos nuestra mirada en el Crucificado, detengámonos con mayor frecuencia en adoración ante la Eucaristía, para que nuestra vida entre en el amor de Dios, que se abajó con humildad para elevarnos hasta él. Al comienzo de la catequesis nos preguntamos cómo podía alegrarse san Pablo ante el riesgo inminente del martirio y del derramamiento de su sangre. Esto sólo es posible porque el Apóstol nunca apartó su mirada de Cristo, hasta llegar a ser semejante a él en la muerte, «con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 11). Como san Francisco ante el crucifijo, digamos también nosotros: Altísimo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame una fe recta, una esperanza cierta y una caridad perfecta, juicio y discernimiento para cumplir tu verdadera y santa voluntad. Amén (cf. Oración ante el Crucifijo: FF [276]). -------------------------------------------------------------------------------- Saludos Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos de la Arquidiócesis de Los Altos, y de la Diócesis de Zacatecoluca, acompañados por sus Pastores, así como a los provenientes de España, México, Colombia y otros países latinoamericanos. Invito a todos a que fijen en la oración su mirada en el Crucifijo, a detenerse frecuentemente para la adoración eucarística y así entrar en el amor de Dios, que se ha abajado con humildad para elevarnos hacia Él. Muchas gracias. © Copyright 2012- Libreria Editrice Vaticana