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jueves, 28 de octubre de 2010

Misioneros en las cárceles

Escrito por Vivian Maldonado Miranda
Viernes, 22 de Octubre de 2010 08:45

La primera vez que Edith Soto entró al Oso Blanco, el sonido de la puerta rompió el silencio.

No estaba acompañada por guardias. Sólo por su deseo de evangelizar a los confinados.

Un compañero de la pastoral carcelaria iba con ella. Adentro, un nutrido grupo de confinados practicaba deportes. Cuando se dio cuenta, estaba sola. Al enterarse que no habían abierto la capilla aún, el hombre que iba con ella se quedó, atemorizado, cerca de la entrada.



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Para Edith, se trata de una anécdota graciosa, ya que su lema es: “Si estoy con Jesús, ¿quién contra mí?”.

Lleva 11 años sirviendo a Dios en la pastoral carcelaria. Es la Coordinadora católica de los servicios en la institución Zarzal, compuesta por el Campamento y la Correccional. La primera, alberga a 250 confinados y la segunda, 484 reclusos.

A pesar de que “no abordamos mucho en lo personal”, por el diálogo que ellos comparten voluntariamente se infiere que muchos provienen de hogares disfuncionales, donde no existe el papá, y muy pocos han tenido un trasfondo religioso en sus casas.

Admite que los que reciben el servicio de pastoral carcelaria católica son muy pocos, “porque cada cual tiene su motivo para no asistir”.

Sin embargo, para los que asisten, sus vidas cambian.

“Muchos dicen que a veces se alegran de estar confinados, porque fue la única forma de conocer a Jesús. En la calle no iban a la iglesia y al estar ahí se han interesado y se han dedicado a servirle”, testimonió.

Sobre el tiempo promedio que toma la conversión, respondió que “es un trabajo que nosotros se lo dejamos siempre al Espíritu Santo”. Entretanto, visitan la institución tres veces a la semana.

Los grupos de laicos se alternan para ir los martes, jueves y sábados. Llegan a las 5pm. Ofrecen servicio de consejería, lectura de la Palabra y reflexión del texto bíblico. Salen a las 7:45pm. Una vez al mes, acude un sacerdote para celebrar la misa adentro. El periodo entre una misa y otra responde, según Soto, a la escasez de presbíteros disponibles para visitar las cárceles.

Además, opinó que se trata de “una pastoral que no es muy llamativa para muchas personas”, por lo que también es “bien difícil” reclutar a los laicos.

La labor no termina en la cárcel.

Soto explicó que cuando salen a la libre comunidad, “los llevamos al hogar, saludamos a la familia y nos tomamos el café. Nos mantenemos en contacto con ellos por teléfono por alguna necesidad que tengan en la que podamos ayudar”.

Así, entre los que asisten a la Capilla la reincidencia en cometer delitos es prácticamente ninguna. Por el contrario, atestiguan la rehabilitación de confinados que terminaron sus estudios y aprendieron una carrera.

Los requisitos para servir en la pastoral carcelaria incluyen asistir a misa regularmente, certificado de buena conducta y ser mayor de 21 años. Para información, comunicarse al (787) 273-6464 y pedir la capellanía católica.