Jesús dijo:"Como tú,Padre, en mi y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectactamente uno, y que el mundo conozca que tú me has enviado." Juan 17, 20-24
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viernes, 10 de junio de 2011
La Ascensión del Señor
Escrito por P. Ángel M. Santos Santos
Miércoles, 01 de Junio de 2011 15:00
Después de dos milenios, la Iglesia tiene las mismas debilidades humanas que en su inicio; pero también posee la fuerza de Cristo para cumplir su misión. Debilidad humana y potencia de Dios, pecado y gracia, trigo y cizaña están presentes en la Iglesia, en cada momento de su historia. El bautizado, miembro de la Iglesia que siempre necesita purificación, lucha por mantenerse en la amistad con Cristo para no perder la fortaleza de lo Alto.
La fuerza en la
debilidad
La duda de los 11, viendo a Jesús antes de su ascensión al Cielo, muestra la flaqueza de sus discípulos ya desde el principio. La grandeza de la Iglesia no se encuentra sólo en la virtud de sus fieles, que son siempre débiles y necesitados de asistencia. La fuerza de los cristianos está en Cristo y su Espíritu. Cuando la Iglesia acoge un nuevo creyente, éste sabe que no ingresa a un grupo de cristianos perfectos. Se hace discípulo de Jesús para ayudar a los otros en el camino hacia Dios viviendo la santidad.
Ante la vacilación y la duda de los 11, Jesús les asegura que ha recibido pleno poder en el Cielo y en la tierra. La presencia de Jesús concede a la Iglesia la fuerza para la misión. Como enseña el Papa: “Una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo, quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma” (Benedicto XVI, Audiencia general, 13 abril 2011).
Los pecados de hoy
Actualmente, en la Iglesia se encuentran muchos pecados que la afean y que le quitan su credibilidad ante un mundo descreído. El pecado es una realidad social y muchas veces está presente dentro de la Iglesia por sus miembros infieles a los mandamientos de Cristo. Pero la Iglesia, por la presencia de Cristo, libera del pecado ofreciendo el perdón a quien se arrepiente.
A veces, se podría pensar que una acusación de pecado contra algún miembro de la Iglesia es sólo una señal de persecución. Pero la imputación de pecado siempre es un llamado de conversión y una oportunidad de purificación. Ante el reproche por el pecado, la Iglesia sólo tiene una manera de defenderse: proclamando la verdad sobre el ser humano, Dios y la Iglesia.
El bautismo y la Palabra
La misión de la Iglesia es hacer discípulos de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, y enseñar a cumplir todo lo que El mandó. Este sacramento requiere la observancia de dos promesas: renunciar al pecado y creer en Cristo Jesús. El pecado no pertenece a Cristo ni a su Iglesia. Ni siquiera es propio de la naturaleza humana. El pecado es la negación de Cristo, rechazo del amor de Dios y negación de la santidad de la Iglesia. El pecado deshumaniza y descristianiza.
A veces los padres pretenden que la Iglesia bautice a un niño sin la presencia de un compromiso auténtico con Cristo. Se olvidan que la Iglesia bautiza con la condición de que los padres enseñen a su hijo a guardar todo lo que Jesús mandó. La misión de la Iglesia es el anuncio y la práctica de este sencillo evangelio que hace libre al ser humano y lo conduce hacia Dios. La buena nueva de Jesucristo es la fuerza y la libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, a pesar de su evidente debilidad humana.