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domingo, 29 de julio de 2012

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto de Wrocław Sábado 31 de mayo de 1997 Insigne señor presidente de la República de Polonia; venerado señor cardenal metropolitano de Wrocław: 1. Agradezco profundamente al señor presidente las palabras de bienvenida que ha pronunciado en nombre de las autoridades del Estado de la República de Polonia. También expreso mi gratitud al metropolitano de Wrocław por el saludo que me ha dirigido en nombre de esta archidiócesis, del Episcopado y de toda la Iglesia que está en Polonia. Deseo de todo corazón corresponder con los mismos sentimientos que me han manifestado. Así, queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas de nuestra madre patria, me encuentro de nuevo entre vosotros como peregrino. Ya es el sexto viaje del Papa polaco a su tierra natal. No obstante, me embarga siempre el corazón una profunda emoción. Cada vez que regreso a Polonia es como si volviera a estar bajo el techo de la casa paterna, donde cualquier objeto, por más pequeño que sea, nos recuerda lo más cercano y más querido para nuestro corazón. Por tanto, ¿cómo no dar gracias en este instante a la divina Providencia por haberme permitido aceptar, una vez más, la invitación que me han hecho la Iglesia en Polonia y las autoridades del Estado a volver a mi patria? He aceptado con gozo esta invitación y hoy, una vez más, quiero agradecerla cordialmente. En este momento abrazo con mi pensamiento y con mi corazón a toda mi patria y a todos mis compatriotas, sin excepción alguna. Os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas. Saludo a la Iglesia en Polonia, al cardenal primado, a todos los cardenales, arzobispos y obispos, a los sacerdotes, a las familias religiosas masculinas y femeninas y a todo el pueblo creyente, tan enraizado en la fe católica. Saludo especialmente a la juventud polaca, puesto que es el futuro de esta tierra. Saludo, de modo particular, a las personas que sufren a causa de la enfermedad, la soledad, la vejez, la pobreza o la indigencia. Saludo a los hermanos y a las hermanas de la Iglesia ortodoxa de Polonia y de las comunidades de la Reforma, y también a nuestros hermanos mayores en la fe de Abraham y a los que profesan el islam en esta tierra. Saludo a todos los hombres de buena voluntad, que buscan con sinceridad la verdad y el bien. No quiero olvidar a nadie, pues os llevo a todos en mi corazón y os recuerdo a todos en mis oraciones. 2. ¡Te saludo, Polonia, patria mía! Aunque me ha tocado vivir lejos, no dejo de sentirme hijo de esta tierra, y nada de lo que tiene que ver con ella me resulta extraño. Ciudadanos polacos, me alegro con vosotros por los éxitos que obtenéis y comparto vuestras preocupaciones. Sin duda infunde optimismo, por ejemplo, el proceso, en realidad difícil, del «aprendizaje de la democracia» y la consolidación gradual de las estructuras de un Estado democrático y de derecho. Se están logrando muchos éxitos en el campo de la economía y de las reformas sociales, reconocidos por prestigiosos organismos internacionales. Pero no faltan tampoco los problemas y las tensiones, a veces muy dolorosas, que es necesario resolver con el esfuerzo común y solidario de todos, respetando los derechos de todo hombre y, especialmente, del más indefenso y débil. Estoy seguro de que los polacos son una nación dotada de un enorme potencial de talentos espirituales, intelectuales y de voluntad; una nación que es capaz de hacer mucho y que puede desempeñar un papel importante dentro de la familia de los países europeos. Y precisamente esto es lo que deseo de todo corazón a mi patria. Vengo a vosotros, queridos compatriotas, como quien desea servir, brindar un servicio apostólico a todos y a cada uno de vosotros. El servicio del Sucesor de san Pedro es el ministerio de la fe, según las palabras de Cristo: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32). Esta es la misión de Pedro y esta es la misión de la Iglesia. Con su mirada fija en el ejemplo de su Maestro, sólo desea poder servir al hombre, anunciando el Evangelio. «El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación, o pueblo (...), en el ámbito de toda la humanidad— este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (Redemptor hominis, 14). 3. Vengo a vosotros, queridos compatriotas, en nombre de Jesucristo, de aquel que es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). Este es el lema de mi visita. En el itinerario de esta peregrinación apostólica, en unión con vosotros, deseo profesar la fe en aquel que es el «centro del cosmos y de la historia » y, en especial, el centro de la historia de esta nación, bautizada ya hace más de mil años. Debemos renovar esta profesión de fe, junto con toda la Iglesia, que se prepara espiritualmente para el gran jubileo del año 2000. El recorrido de esta peregrinación es muy rico, y tres ciudades constituyen sus principales etapas: Wrocław, Gniezno y Cracovia. Ante todo Wrocław, que acoge el 46 Congreso eucarístico internacional. «Hacedle lugar, el Señor viene del cielo...». Estoy convencido de que este Congreso eucarístico contribuirá eficazmente a la expansión del espacio vital ofrecido a Cristo en el santísimo Sacramento, a Cristo crucificado y resucitado, a Cristo Redentor del mundo, en la vida de esta Iglesia que está en Wrocław, en la vida de la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. Se trata aquí de favorecer el acceso a todas las riquezas de la fe y de la cultura, que unen a la Eucaristía. Se trata de un espacio espiritual, de un espacio de pensamientos humanos y corazón humano, de un espacio de fe, esperanza y caridad, y también de un espacio de conversión, purificación y santidad. A todo esto nos referimos cuando cantamos: «Hacedle lugar... ». La segunda etapa es la antiquísima Gniezno. Mi visita tiene lugar durante el año en que la Iglesia en Polonia celebra el milenario del martirio de san Adalberto. Junto con nosotros, lo celebran nuestros vecinos checos, y también los húngaros, los eslovacos y los alemanes. En el ámbito de esta peregrinación, junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, quisiera dar gracias, ante todo, por el don de la fe, consolidada en nuestra historia por la sangre del mártir Adalberto. Este aniversario tiene también una clara dimensión europea. En efecto, nos recuerda el histórico encuentro de Gniezno en el año 1000, que tuvo lugar ante las reliquias del mártir. La figura de san Adalberto no sólo está inscrita muy profundamente en la historia espiritual de Polonia, sino también en la de Europa, y su mensaje no ha perdido actualidad. Por último, Cracovia, es decir, el VI centenario de la fundación jaguellónica de la Universidad de Cracovia y, en particular, de su facultad de teología, gracias a los esfuerzos de la beata reina Eduvigis. También aquí se trata de un acontecimiento decisivo para el espíritu de la nación y de la cultura polacas. En torno a estas tres etapas principales se ha estructurado todo el programa de este viaje muy vasto y rico. Está unido por la figura de Jesucristo, que es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8), la figura de Cristo, que, de modo tan admirable, revela su poder en la vida de los santos y los beatos, que la Iglesia eleva al honor de los altares. De esto nos hablarán las canonizaciones y las beatificaciones de grandes polacos, hombres y mujeres, que realizaré durante esta visita apostólica. Deseamos profesar juntos nuestra fe en Cristo, y también queremos invitarlo nuevamente a estar con nuestras familias, en todos los lugares donde vivimos y trabajamos; queremos, una vez más, invitarlo a nuestra casa común, que se llama Polonia. Para terminar, os agradezco una vez más vuestra bienvenida tan cordial a la patria, una bienvenida bajo la lluvia, pero es precisamente lo que esperaba. Es necesario alejarse un poco del sol que calienta cada vez más en Italia, y sentir un clima más fresco, con lluvia. Por eso, os agradezco mucho esta bienvenida. Saludo a todos los presentes, saludo a cuantos se han reunido aquí para participar en el Congreso eucarístico internacional, y también a todos mis compatriotas, y bendigo de corazón a todos. © Copyright 1997 - Libreria Editrice Vaticana

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