Jesús dijo:"Como tú,Padre, en mi y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectactamente uno, y que el mundo conozca que tú me has enviado." Juan 17, 20-24
Buscar este blog
sábado, 30 de abril de 2011
MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II PARA LA XVIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
"Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27)
¡Queridos jóvenes!
1. Es para mí motivo de renovada alegría poder dirigiros de nuevo un Mensaje especial con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, para testimoniaros el afecto que os tengo. Conservo en la memoria, como un recuerdo luminoso, las impresiones suscitadas en mí durante nuestros encuentros en las Jornadas Mundiales: los jóvenes y el Papa juntos, con un gran número de Obispos y sacerdotes, miran a Cristo, luz del mundo, lo invocan y lo anuncian a toda la familia humana. Mientras doy gracias a Dios por el testimonio de fe que habéis dado recientemente en Toronto, os renuevo la invitación que pronuncié a orillas del lago Ontario: «¡La Iglesia os mira con confianza, y espera que seáis el pueblo de las bienaventuranzas!» (Exhibition Place, 25 de julio 2002).
Para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud que celebraréis en las diversas diócesis del mundo, he escogido un tema en relación con el Año del Rosario: “¡Ahí tienes a tu Madre!” (Jn 19,27). Antes de morir, Jesús entrega al apóstol Juan lo más precioso que tiene: su Madre, María. Son las últimas palabras del Redentor, que por ello adquieren un carácter solemne y constituyen como su testamento espiritual.
2. Las palabras del ángel Gabriel en Nazaret: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28) iluminan también la escena del Calvario. La Anunciación marca el inicio, la Cruz señala el cumplimiento. En la Anunciación, María dona en su seno la naturaleza humana al Hijo de Dios; al pie de la Cruz, en Juan, acoge en su corazón la humanidad entera. Madre de Dios desde el primer instante de la Encarnación, Ella se convierte en Madre de los hombres en los últimos instantes de la vida de su Hijo Jesús. Ella, que está libre de pecado, “conoce” en el Calvario en su propio ser el sufrimiento del pecado, que su Hijo carga sobre sí para salvar a la humanidad. Al pie de la Cruz en la que está muriendo Aquél que ha concebido con el “sí” de la Anunciación, María recibe de Él como una “segunda anunciación”: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19,26).
En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como a Juan al pie de la Cruz, Jesús os entrega también a vosotros su Madre, para que os conforte con su ternura.
3. El Evangelio dice después que «desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Esta expresión, tan comentada desde los inicios de la Iglesia, no sólo designa el lugar en el que habitaba Juan. Más que el aspecto material, evoca la dimensión espiritual de esta acogida, de la nueva relación instaurada entre María y Juan.
Vosotros, queridos jóvenes, tenéis más o menos la misma edad que Juan y el mismo deseo de estar con Jesús. Es Cristo quien hoy os pide expresamente que os llevéis a María “a vuestra casa”, que la acojáis “entre vuestros bienes” para aprender de Ella, que «conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19), la disposición interior para la escucha y la actitud de humildad y de generosidad que la distinguieron como la primera colaboradora de Dios en la obra de la salvación. Es Ella la que, mediante su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo esté formado plenamente en vosotros (cfr Rosarium Virginis Mariae , 15).
4. Por esto repito también hoy el lema de mi servicio episcopal y pontificio: «Totus tuus». He experimentado constantemente en mi vida la presencia amorosa y eficaz de la Madre del Señor; María me acompaña cada día en el cumplimiento de la misión de Sucesor de Pedro.
María es Madre de la divina gracia, porque es Madre del Autor de la gracia. ¡Entregaos a Ella con plena confianza! Resplandeceréis con la belleza de Cristo. Abiertos al soplo del Espíritu, os convertiréis en apóstoles intrépidos, capaces de difundir a vuestro alrededor el fuego de la caridad y la luz de la verdad. En la escuela de María, descubriréis el compromiso concreto que Cristo espera de vosotros, aprenderéis a darle el primer lugar de vuestra vida, a orientar hacia Él vuestros pensamientos y vuestras acciones.
Queridos jóvenes, ya lo sabéis: el cristianismo no es una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es una Persona, es el Viviente! Encontrar a Jesús, amarlo y hacerlo amar: he aquí la vocación cristiana. María os es entregada para ayudaros a entrar en una relación más auténtica, más personal con Jesús. Con su ejemplo, María os enseña a posar una mirada de amor sobre aquel que nos ha amado primero. Por su intercesión, María plasma en vosotros un corazón de discípulos capaces de ponerse a la escucha del Hijo, que revela el auténtico rostro del Padre y la verdadera dignidad del hombre.
5. El 16 de octubre de 2002 he proclamado el “Año del Rosario” y he invitado a todos los hijos de la Iglesia a hacer de esta antigua oración mariana un ejercicio sencillo y profundo de contemplación del rostro de Cristo. Recitar el Rosario significa de hecho aprender a contemplar a Jesús con los ojos de su Madre, amar a Jesús con el corazón de su Madre. Hoy os entrego idealmente, también a vosotros, queridos jóvenes, el Rosario. ¡A través de la oración y la meditación de los misterios, María os guía con seguridad hacia su Hijo! No os avergoncéis de rezar el Rosario a solas, mientras vais al colegio, a la universidad o al trabajo, por la calle y en los medios de transporte público; habituaos a rezarlo entre vosotros, en vuestros grupos, movimientos y asociaciones; no dudéis en proponer su rezo en casa, a vuestros padres y a vuestros hermanos, porque el Rosario renueva y consolida los lazos entre los miembros de la familia. Esta oración os ayudará a ser fuertes en la fe, constantes en la caridad, alegres y perseverantes en la esperanza.
Con María, la sierva del Señor, descubriréis la alegría y la fecundidad de la vida oculta. Con Ella, la discípula del Maestro, seguiréis a Jesús por las calles de Palestina, convirtiéndoos en testigos de su predicación y de sus milagros. Con Ella, Madre dolorosa, acompañaréis a Jesús en su pasión y muerte. Con Ella, Virgen de la esperanza, acogeréis el anuncio gozoso de la Pascua y el don inestimable del Espíritu Santo.
6. Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos más profundos. Sólo Él, que os ha amado hasta la muerte, (cfr Jn 13,1), es capaz de colmar vuestras aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá daros la verdadera felicidad. Siguiendo el ejemplo de María, sabed decirle a Cristo vuestro “sí” incondicional. Que no haya en vuestra existencia lugar para el egoísmo y la pereza. Ahora más que nunca es urgente que seáis los “centinelas de la mañana”, los vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio, de la que ya se ven los brotes. La humanidad tiene necesidad imperiosa del testimonio de jóvenes libres y valientes, que se atrevan a caminar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo la propia fe en Dios, Señor y Salvador.
Sabed también vosotros, queridos amigos, que esta misión no es fácil. Y que puede convertirse incluso en imposible, si sólo contáis con vosotros mismos. Pero «lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27; 1,37). Los verdaderos discípulos de Cristo tienen conciencia de su propia debilidad. Por esto ponen toda su confianza en la gracia de Dios que acogen con corazón indiviso, convencidos de que sin Él no pueden hacer nada (cfr Jn 15,5). Lo que les caracteriza y distingue del resto de los hombres no son los talentos o las disposiciones naturales. Es su firme determinación de caminar tras las huellas de Jesús. ¡Sed sus imitadores así como ellos lo fueron de Cristo! Y “que Él pueda iluminar los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por Él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa” (Ef 1,18-19).
7. Queridos jóvenes, el próximo Encuentro Mundial tendrá lugar, como sabéis, en el 2005 en Alemania, en la ciudad y en la diócesis de Colonia. El camino es aún largo, pero los dos años que nos separan de esta cita pueden servir para una intensa preparación. Que os ayuden en este camino los temas que he escogido para vosotros:
- 2004, XIX Jornada Mundial de la Juventud: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21);
- 2005, XX Jornada Mundial de la Juventud: «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2).
Mientras tanto volveréis a encontraros en vuestras Iglesias locales para el Domingo de Ramos: ¡vivid comprometidos, en la oración, en la atenta escucha y en el compartir gozoso estas ocasiones de “formación permanente”, manifestando vuestra fe ardiente y devota! ¡Como los Reyes Magos, sed también vosotros peregrinos animados por el deseo de encontrar al Mesías y de adorarle! ¡Anunciad con valentía que Cristo, muerto y resucitado, es vencedor del mal y de la muerte!
En este tiempo amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimoniad que Él y sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esforzaos por buscar y promover la paz, la justicia y la fraternidad. Y no olvidéis la palabra del Evangelio: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Al confiaros a la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, os acompaño con una especial Bendición Apostólica, signo de mi confianza y confirmación de mi afecto hacia vosotros.
Desde el Vaticano, el 8 de marzo de 2003
IOANNES PAULUS II