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martes, 31 de mayo de 2011

El Espíritu de la Verdad


Escrito por P. Ángel M. Santos Santos
Viernes, 27 de Mayo de 2011 09:21

Juan Bautista enseñó que la acción de Jesús, el Cordero de Dios, es doble: quita el pecado del mundo y bautiza con el Espíritu Santo. Por eso, desde sus orígenes, la Iglesia celebra dos sacramentos diferentes: el bautismo que concede el perdón de los pecados y la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo.

Pedro y Pablo oraron por los samaritanos y les impusieron las manos para que recibieran el Espíritu Santo. Sobre ninguno de ellos había descendido la Fuerza de lo Alto porque únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús (He 8, 15-17).



La iniciación cristiana

La Iglesia, fiel a la Tradición apostólica, sigue celebrando dos sacramentos distintos: el Bautismo y la Confirmación. El primero se recibe en la infancia. En la adolescencia se confirma el Bautismo con el segundo sacramento, que infunde el Espíritu para llevar a cabo la misión de Jesús. El primero lo administra el párroco. El obispo, como el sucesor de los apóstoles, celebra la Confirmación. Estos dos sacramentos constituyen un solo rito de iniciación cristiana. Junto a la Sagrada Comunión los bautizados se incorporan plenamente en la Iglesia. Estos sacramentos tienen tres efectos: el perdón de los pecados, la recepción del Espíritu Santo y la comunión con Cristo. El cristiano que no tiene uno de estos sacramentos no ha sido plenamente incorporado al cuerpo de Cristo.

Muchos, sin valorar el Bautismo porque no lo están viviendo, quieren recibir la Comunión y la Confirmación. Los sacramentos no sólo hay que celebrarlos o tenerlos. Son para cultivar una relación personal con Cristo, en un verdadero compromiso con su Evangelio.



El bautismo de Juan

La experiencia de los discípulos de Éfeso revela la diferencia entre el bautismo que administraba Juan en el Jordán y el que celebra la Iglesia. Los discípulos de Éfeso no tenían el Espíritu porque sólo habían recibido el bautismo de Juan. Se bautizaron en el nombre del Señor Jesús, Pablo les impuso las manos y, entonces, descendió sobre ellos el Espíritu Santo (He 19, 1-6).

El Bautismo que celebra la Iglesia no es el mismo de Juan, aunque se le parezca externamente. Mientras el Bautismo de Juan era un sólo signo de conversión, penitencia y preparación para recibir a Jesús, aquel de la Iglesia es un nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu Santo.



Dar razón de la

esperanza

San Pedro exhorta a todos los bautizados a dar culto al Señor en los corazones y a dar respuesta a todo el que les pida cuenta de su esperanza (I P 3, 15). Para el primero de los apóstoles es esencial el culto al Señor y explicar a los demás la esperanza cristiana. La forma ineludible para defender la fe es un testimonio de santidad. Por eso todos los bautizados están llamados a llevar una vida santa. “La santidad o plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos” (Benedicto XVI, Audiencia general, 13 de abril de 2011)

El Papa Benedicto resume la manera de vivir santamente diciendo: “Lo esencial es nunca dejar pasar un domingo sin un encuentro con Cristo resucitado en la Eucaristía… No comenzar ni terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios en la oración. Y, en el camino de la vida, seguir las señales de tráfico que Dios nos ha comunicado (los diez mandamientos), que son sólo formas de caridad” (Audiencia general, 13 de abril de 2011).