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domingo, 5 de agosto de 2012

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN XXIII

¡Queridos hijos e hijas de Madagascar! Hemos sabido con gran placer que os disponíais a celebrar muy pronto el feliz acontecimiento de la introducción oficial de la religión católica en Madagascar, Esta circunstancia nos ha parecido tan hermosa y consoladora, que hemos querido enviaros, para celebrarla dignamente, a nuestro querido y venerado prefecto de la Congregación de Propaganda Fide, el cardenal Agagianian, quien presidirá esas fiestas en nuestro nombre. Pero Nos también hemos querido estar presentes en cierto modo en medio de vosotros —como lo estuvimos en el momento de las fiestas de vuestra independencia— con un mensaje personal, que os demostrará de nuevo cuán querida nos es la grande y noble nación malgache. El 24 de septiembre, pues, de 1861, fue cuando el padre Weber, acogido en Tananarive por el rey Radama II, recibía del joven soberano no sólo la autorización sino los más vivos estímulos para predicar el Evangelio en el territorio del reino. Así, después de muchas vanas tentativas durante los siglos anteriores, por fin, se admitió abiertamente en Madagascar. ¡Qué gracia para vuestro pueblo, queridos hijos e hijas, y con qué gratitud debemos dar gracias a Dios que, según la afirmación tan expresiva de la Epístola de San Pedro, "os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Vosotros que en un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis conseguido misericordia" (1Ptr. 2, 9). ¡Cuánto camino recorrido en cien años, gracias a este Dios de bondad y a vuestra respuesta a sus llamadas! Quince arzobispados y obispados, más de ciento diez mil católicos, centenares de sacerdotes y hermanos, un millar de religiosas, decenas de miles de niños educados en las escuelas cristianas, he aquí los frutos magníficos que germinaron de la pequeña semilla que trajeron a vuestros antepasados los primeros misioneros. Pero lo que nos complacemos en resaltar, sobre todo, es que ya muchos de vuestros obispos —de los cuales dos fueron consagrados con nuestras propias manos— y muchos de vuestros sacerdotes y religiosas pertenecen a vuestro pueblo y forman la mejor esperanza de desarrollos todavía más prósperos en el futuro para la joven cristiandad malgache. Otro motivo de alegría y de gratitud a Dios es el reciente establecimiento en vuestra "gran isla" de una institución que se ha revelado eficacísima por doquier para el progreso de cristianización. Nos referimos a la Acción Católica cuyos prometedores comienzos nos complacernos en saludar en vuestro país. ¡Ojalá que esta forma de colaboración de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia, tan recomendada por los Sumos Pontífices, llegue al mayor número de vuestros compatriotas y les dé una conciencia cada vez más viva de las incomparables riquezas contenidas en la fe cristiana. Por el apostolado discreto e irradiante que así ejercitarán bajo la dirección de sus sacerdotes, también ellos apresurarán el advenimiento del reino de Dios en el país malgache y el acceso de vuestro pueblo a esta "edad de la plenitud de Cristo", que deseaba San Pablo a los cristianos de Efeso y a la que deben tender con ímpetu unánime todos los miembros de la Iglesia, su Cuerpo Místico. En el mensaje que os dirigimos, hace un año, con ocasión de las fiestas de vuestra independencia, formulábamos una paternal exhortación, que queremos renovares hoy. "¡Que vuestras familias —os decíamos— vivan en la concordia y fidelidad, aceptando como un gran honor, cuando les toque, la vocación sacerdotal o religiosa de sus hijos!" Hermosas familias cristianas, niños que responden al llamamiento divino, esos son, en efecto, los dos frutos más hermosos del trabajo de la gracia en un pueblo generoso y fiel, sus mejores títulos de nobleza a los ojos de la Iglesia, la más segura garantía para el futuro de su vitalidad cristiana. La santidad —queremos pensarlo— florecerá en el suelo malgache como coronamiento y recompensa a vuestros esfuerzos. Y sin querer anticiparnos a las decisiones de la Iglesia, nos complacemos en unirnos a vuestro legítimo deseo de ver pronto elevada a los altares a la noble hija de vuestra raza Victoria Rasoamanarivo, cuyo proceso apostólico se instruye actualmente y cuyas espléndidas virtudes esperamos serán propuestas a la imitación del mundo entero. ¡Quiera Dios escuchar estos deseos y todos los que le dirigimos en este instante en que, uniendo nuestra acción de gracias a la vuestra, le damos gloria por las gran cosas que ha hecho por vuestro amadísimo país en el transcurso de estos cien años. Dígnese seguir colmándoos de sus divinos favores y que halle siempre en vosotros corazones dóciles a su gracia! En prenda de estas celestiales ayudas, a todos os impartimos, queridos hijos e hijas de la "gran isla", obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, una paternal y afectuosa Bendición Apostólica. Del Vaticano, 16 de septiembre de 1961. IOANNES PP. XXIII