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miércoles, 20 de abril de 2011

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II A UNA PEREGRINACIÓN DE UNIVERSITARIOS FRANCESES


Sábado Santo 5 de abril de 1980

.Me siento muy contento de tener este encuentro con vosotros, estudiantes universitarios franceses, relacionados con el Sagrado Corazón de Montmartre. Habéis venido a Roma a finalizar el triduo pascual. Conozco la seriedad de vuestra vinculación a la Iglesia, no solamente en el estudio, sino también en la oración personal de adoración, en la liturgia bien celebrada, en la participación y el testimonio.

A todos vosotros os ofrezco mis mejores deseos de Pascua. Cristo os pregunta a vosotros, como a los Apóstoles reunidos alrededor de Pedro: "Para vosotros, ¿quién soy yo?". Cada uno de vosotros debe responder en su alma y en su conciencia. A decir verdad, abandonados a vuestras propias fuerzas, a vuestra sola razón, influenciados quizás por el clima de incertidumbre, de duda que reina a vuestro alrededor, seríais incapaces de ello. Pero la Iglesia misma, con las actitudes del Apóstol Pedro proclamó por vosotros la única fe auténtica: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Esta fe se os ha infundido a vosotros en estado germinal, de capacidad, de virtud, por medio del bautismo. Vosotros la habéis hecho vuestra poco a poco, a lo largo de vuestra infancia y de vuestra adolescencia, tal vez con altibajos. Desde dentro, el Espíritu Santo ha esclarecido y fortificado vuestra fe, derramando en vuestros corazones el amor de Dios. Quiero repetiros con el primero de los Apóstoles, el primero de los Obispos de Roma: este Jesús "a quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, logrando la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1 Pe 1, 8-9).

Que vuestra vinculación a Cristo y a su Iglesia no desfallezca nunca. Acogedle con confianza, con serenidad, con alegría, pues sabemos en quién hemos puesto nuestra fe. Esta noche vamos a celebrar su resurrección. Cristo resucitado está allí para "sosteneros", como le dijo a San Pablo —y lo ha hecho ya—, para libraros de vuestros pecados, de aquello que os impediría vivir en la fe religiosa, en paz con los demás, en la verdad, en la pureza, en el perdón, en la caridad; para infundir en vosotros su vida divina y su poder de renovación. Ninguna barrera puede impedirle llevar a cabo su salvación cuando cada uno se abre a ésta libremente. Tened confianza, incluso aunque tengáis la impresión de estar todavía lejos de ella,

Este amor de Dios que os sostiene es un don gratuito. Recibidle en acción de gracias. E id por los caminos del mundo, a vuestras familias, a vuestras ciudades, a vuestras escuelas, en medio de otros jóvenes, para ser testigos de este don, para ser de algún modo el sacramento de su amor junto a cada uno de vuestros hermanos invitándoles a acoger al Salvador en su propia vida, ¡Este es el secreto de la felicidad! Y es una posibilidad de renovación para nuestro mundo envejecido en sus dudas, en su encerramiento y en sus odios. Es su salvación.

¡Felices Pascuas! Con la bendición apostólica que os imparto de todo corazón en nombre del Señor.



© Copyright 1980 - Libreria Editrice Vaticana