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domingo, 17 de abril de 2011

Encuentro con Cristo en la Cruz


Escrito por P. Ruben Antonio González Medina, cmf.
Miércoles, 13 de Abril de 2011 15:42

Al contemplar el rostro de Cristo sufriente en la Cruz nos acercamos al aspecto más paradójico de su misterio, ante el cual nosotros y nosotras en este Viernes Santo nos postramos en adoración. Te adoramos Cristo y te bendecimos que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

La intensidad de la escena de la agonía de Cristo en la Cruz nos hace reflexionar con serenidad sobre sus últimas palabras. Jesús, el hombre Dios, pronuncia unas palabras que rompen los esquemas normales de nuestra reflexión y nos hacen trascender el momento de dolor. Ellas se explican por sí solas, lo que hace falta es escucharlas: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34). Estas palabras constituyen la postura culmen de su doctrina, ellas encierran la clave del amor que se dona, que se entrega.

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Para devolver al ser humano el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre y de la mujer, sino cargarse incluso del «rostro» del pecado. Porque «A quien no conoció pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para gracias a El, nosotros nos transformemos en salvación de Dios » (2 Co 5,21).

Es por eso que nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la Cruz: « “Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?” —que quiere decir— “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” » (Mc 15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa?

Dolor y sufrimiento que continúa en los hombres y mujeres de hoy que ante las situaciones que viven gritan con fuerza y hasta con rabia: ¿Por qué, Dios mío me has abandonado?

El grito de Jesús en la Cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos.

Mientras se identifica con nuestro pecado, « abandonado » por el Padre, El se « abandona » en las manos del Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo El tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad, ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo El, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor. Antes aún, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma.

En nuestro Puerto Rico de hoy, este grito de dolor se escucha con más intensidad; cuántas mujeres y niños maltratados, cuántos padres y madres de familia sin trabajo. Cuánta necesidad y dolor. Mirar a Cristo Crucificado hoy, no solo es mirar la hermosa imagen que se venera en un templo, sino descubrir el rostro doliente del Cristo sufriente en el templo de cada ser humano.

Contemplar el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en el rostro doliente y glorioso, es ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblo y, al mismo tiempo, descubrir su vocación a la libertad de los hijos e hijas de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos.

Ante la Cruz de Jesucristo, ante las cruces de tantos hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas, no nos podemos quedar indiferentes con los brazos cruzados.

Hoy te invito a reflexionar que el Señor con su muerte en la Cruz, ha sellado un pacto de amor con cada uno de nosotros y de nosotras para que siguiendo su ejemplo de entrega y donación, sellemos un pacto de amor con cada ser humano golpeado y maltratado.

En la tarde del Viernes Santo te invito a recordar que la fidelidad a Jesús nos exige defender la verdad y velar por el inviolable y sagrado derecho a la vida y la dignidad de la persona desde su concepción hasta su muerte natural combatiendo todos los males que dañan o destruyen la vida, como el aborto y el maltrato, la violencia, el terrorismo, la explotación sexual y el narcotráfico.

Que con la fuerza del Espíritu Santo que Jesús nos entregó, cada uno asuma su responsabilidad para que avanzando sin miedo, construyamos con esperanza la historia de salvación que brota del árbol de la Cruz. Y así, juntos en nuestro Puerto Rico, haremos presente el Reino de Dios.