Escrito por Augusto G. García
Viernes, 06 de Agosto de 2010 16:59
De cada dos parejas que caminan hacia al altar para casarse, una sigue de largo hasta al tribunal para divorciarse, eventualmente.
Las estadísticas son tan impresionantes que nos hacen olvidar el efecto que tiene el divorcio en nosotros. Nos traumatiza. Traumatiza a nuestros hijos. Y nos aleja, a todos, de la gracia de Dios. Porque, en la mayoría de los casos, los padres se alejan de la Iglesia, de los sacramentos y alejan a sus hijos, inocentes víctimas de esa decisión.
Una vez libres, tanto él como ella tratan de rehacer sus vidas, de comenzar de nuevo. Algunos esperan un tiempo “razonable” para buscar otra pareja. Otros lo hacen inmediatamente. Otros, los menos, se quedan divorciados y pueden seguir recibiendo los sacramentos y mantener a sus hijos en el seno de la Iglesia. Pero aquellos que deciden o irse a vivir consensualmente con otra pareja, o casarse en una ceremonia civil saben que no pueden recibir los sacramentos…y se unen a ese cada vez mayor número de personas que solamente son católicos porque esa es la palabra que usan al llenar algún cuestionario que pregunta su religión.
Y si es el que tiene la custodia de sus hijos, ellos también serán solamente católicos de nombre. Desprotegidos de los sacramentos. Despojados de la dirección espiritual que tanto se necesita para fortalecer sus tiernas almas. Huérfanos de Dios.
Porque, aunque Dios nunca nos abandona, no puede entrar a donde se le han cerrado las puertas.
Meditemos sobre eso.
La realidad del divorciado que se vuelve a casar
Escrito por Vivian Maldonado Miranda
Viernes, 06 de Agosto de 2010 17:02
Pablo no tiene palabras para describir lo que sintió cuando recibió el Cuerpo de Cristo, después de 10 años sin comulgar por haber contraído un segundo matrimonio.
La primera vez, se casó tras un noviazgo de apenas seis meses. Él tenía 18 años y la novia, 17. Duraron tres años juntos. Aunque se casaron en una parroquia, Pablo logró demostrar que Dios nunca los unió, pues no tenían la madurez suficiente para entender la realidad de lo que se estaba proponiendo en ese momento -el matrimonio Sacramental- entendiendo todo lo que implica. Así, sin un consentimiento real, la unión nunca existió ante Dios, aunque se hubiese celebrado una boda ante los hombres.
Dos años después de aquél divorcio, conoció a su actual esposa. Se casaron ante un juez en Estados Unidos. Allá, vivieron durante cinco años y asistían juntos a misa. Al regresar a la Isla, su cónyuge se convirtió en catequista. Ambos estaban activos en la Iglesia, procrearon cuatro hijos y los educaron en la fe católica. Uno de los menores se convirtió en monaguillo.
Sin embargo, en 10 años de estar casados por lo civil, cinco de ellos viviendo en Puerto Rico, jamás escucharon hablar sobre la posibilidad de solucionar su situación canónica irregular. Simplemente, era un tema que no se hablaba.
“Nunca se acercó alguien a nosotros a decir: ‘mira, pueden hacer esto’. Ahora en la parroquia hay matrimonios acogedores que ayudan mucho y orientan. Hay mucho material. Nos hubiéramos sentido bien de recibir este acercamiento”, dijo ella.
Para ambos, fue la amistad con un presbítero de Perú, a quien conocieron por casualidad, el evento que cambió sus vidas. Fue ese sacerdote quien les mencionó por primera vez que podían llevar el caso ante el Tribunal Eclesiástico.
Así lo hizo Pablo. Concedida la nulidad, en el 1999 él y su esposa se casaron ante Dios y pudieron recibir la comunión.
EV: ¿Qué sintió cuando recibió el cuerpo de Cristo por primera vez después de tanto tiempo?
“No hay palabras. Es una experiencia bien grande, algo maravilloso, no sé como explicarlo”, respondió Pablo.
EV: ¿Qué le diría a las parejas que están atravesando por la misma situación que ustedes?
“Que se puede. Lo que hay es que empezar, hacer la gestión, hablar con un sacerdote que los oriente bien y esté dispuesto a ayudarlos”, contestó.
A su lado, su esposa añadió:
“Yo le diría a las parejas que traten, se toma un tiempito, pero vale la pena esperar. Aunque uno esté en grupos en la Iglesia, recibir la comunión es lo máximo, es recibir a Jesucristo de verdad, es una experiencia muy bonita”. De su parte, Tomás y Mayra viven el silencio cada vez que llega el momento de la consagración en la Eucaristía.
“De Misa en Misa, la consagración se convierte en momentos de mucho dolor y mucho llanto, es bien duro”, dice Mayra al reconocer que no puede recibir el Cuerpo del Señor. Admiten que nunca se habían planteado la posibilidad de solucionar su situación canónica, hasta el momento de la entrevista con El Visitante.
“Con toda honradez, nunca hemos dado el paso. Creo que ha sido, más que nada, una etapa de seguir sirviendo en todo lo que hacemos y vivir la ilusión de que se pueda dar. Es como no haber tomado el toro por los cuernos, más que nada, por ignorancia”, dijo Mayra.
En el caso de ella, a los 21 años se casó en una parroquia. Cuando ocurrió el divorcio civil, el presbítero que ofició la ceremonia le planteó la posibilidad de demostrar ante el Tribunal Eclesiástico que la unión nunca existió ante Dios. Incluso, se ofreció a ayudarla. Pero luego falleció el cura y jamás se volvió a tocar el tema con ningún otro sacerdote.
Ambos aseguran que existe una falta de información para las personas que se encuentran en una situación canónica irregular.
En primer lugar, Mayra relató que personas conocidas por ellos creían que ambas partes -su ex cónyuge y ella- tenían que estar de acuerdo en llevar el caso ante el Tribunal Eclesiástico. Esto no es cierto, ya que si la otra parte decide no participar, se le mantiene informada por correspondencia, hasta donde sea posible.
“Tal vez, indirectamente haya algo de temor de volver a vivir esas situaciones, después de haber pasado esa página, volver a tomar ese libro. Sin embargo, vemos que tenemos que hacer algo, porque no podemos seguir sufriendo como estamos sufriendo”, concluyó.
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