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lunes, 28 de febrero de 2011

Viajero de la espiritualidad


Escrito por Verónica Cruz Pillich
Viernes, 25 de Febrero de 2011 00:00

Su mirada reflejaba un espíritu limpio y sereno. Con su peculiar sonrisa parecía aliviar las angustias y tristezas de los hombres. Su rostro evocaba amor. Así, el Papa Juan Pablo II marcó la historia de la Iglesia Católica.

Hoy, el pueblo católico se encuentra jubiloso en la espera de la beatificación de este Sucesor de Pedro. El Visitante celebra esta ocasión y recuerda con esmerado fervor su vida. Durante su pontificado, el tercero más largo en la historia de la Iglesia con 26 años, se acercó compasivo y sin miedo a la agonía de un mundo necesitado de la Palabra de Dios. Combatió enérgico los conflictos bélicos, la violencia generalizada, la pobreza, el hambre y la miseria.

Asimismo, se acercó a su pueblo más que todos sus predecesores. Según cifras oficiales obtenidas en el portal electrónico del Vaticano, realizó 104 viajes apostólicos a través de los diferentes continentes del planeta y 146 por el interior de Italia. Debido a sus continuos recorridos, era conocido como el Papa Peregrino. En cada lugar que visitó, se encargó de proclamar el Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia. Luchó sin descanso por la defensa de los derechos humanos, especialmente, por la protección y el amparo de los más pobres y marginados. Sus visitas incluyeron un sinnúmero de hospitales. Allí llevó alivio y consuelo a los enfermos. Su gran sensibilidad ante el dolor, denotaba un carácter altruista sin igual.

El afán del Vicario de Cristo por fomentar la unidad en la tierra de Dios, lo llevó a convertirse en el primer Papa que visitó una mezquita, una sinagoga y una iglesia luterana, demostrando así que un diálogo entre diferentes religiones es posible. Mostró el mismo espíritu reconciliador que exhibió Jesús ante el pecador, cuando perdonó al autor del atentado que casi le cuesta la vida. El 13 de mayo de 1981, el Papa Juan Pablo II se encontraba en medio de una concurrida actividad en la Plaza San Pedro, cuando Mehmet Ali Agca lo hirió al hacerle tres disparos.

Sin embargo, la compasión del Santo Padre era tan grande que, el 27 de diciembre de 1983, visitó a Agca en la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia, en Roma, y le concedió el perdón.

De igual forma, no dudó en pedir perdón por los errores que cometió la Iglesia en muchas instancias de la historia, entre ellas el Holocausto o “Shoah”, como se le conoce en hebreo.

El fenecido Pontífice se disculpó con la comunidad judía y deploró el odio, las persecuciones y los crímenes cometidos en contra de casi seis millones de judíos. De hecho, en un mensaje que dirigió con motivo del 60 aniversario de la liberación de los prisioneros de Auschwitz, en 2005, hizo un llamado a “que esto sirva, al menos hoy y en el futuro, como una advertencia: no se debe ceder ante las ideologías que justifican la posibilidad de pisotear la dignidad humana a causa de la diversidad de raza, de color de la piel, de lengua o de religión”.

Amante de los deportes, de la poesía y del teatro, Juan Pablo II logró combinar su fe y sus pasatiempos favoritos. Para el Papa Peregrino, quien fue actor en su juventud, el teatro permitía al artista descubrir su propia personalidad, y era un canal extraordinario de expresión para el crecimiento espiritual de éste. Precisamente, en 1999, escribió una carta dirigida a los artistas en la que manifestó que “la alianza establecida desde siempre entre el Evangelio y el arte implica la invitación a adentrarse con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo tiempo, en el misterio del hombre”. En cuanto a la poesía, Juan Pablo publicó, en 2003, el libro de poemas “Tríptico Romano”, cuyo contenido incluye temáticas como la angustia intemporal de Abraham comparada con la desorientación del hombre contemporáneo, entre otros. Según el portal católico Aciprensa, sus temas favoritos a la hora de escribir eran la belleza, la revelación de Dios, su familia y su tierra.

El “soccer” era uno de los deportes predilectos del Papa conocido como El Grande. De hecho, fue portero en un equipo durante su juventud. Asimismo, disfrutaba de esquiar en los Alpes y viajar en “kayak”. Utilizaba estos pasatiempos como refugio espiritual.

Sin duda alguna, Juan Pablo II se inmortalizó entre sus fieles y no fieles, católicos y no católicos. Su gesto amable, atento y su capacidad para escuchar, lo convirtieron en un ser inolvidable. Un viajero de la espiritualidad que llevó consigo el amor y la evangelización a prácticamente todos los confines del mundo.

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