Jesús dijo:"Como tú,Padre, en mi y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectactamente uno, y que el mundo conozca que tú me has enviado." Juan 17, 20-24
Buscar este blog
jueves, 31 de mayo de 2012
'El Señor ha estado grande con nosotros’
A unos dos mil años desde su institución apostólica; a los 519 años de la llegada del evangelio a nuestra tierra borincana; a los 500 años de la llegada del primer obispo a América, que llegó precisamente a nuestra Isla, para orgullo de todos; a los 52 años de la fundación de esta diócesis; a los 18 días del mes de mayo de 2012, tiene lugar, para alegría de todos nosotros, un acontecimiento histórico: la Primera Ordenación de Diáconos Permanentes de la Diócesis de Arecibo.
La concepción cristiana nos dice que la historia viene a ser el conjunto de las intervenciones divinas en el tiempo que encuentran por parte del hombre una respuesta. Esas intervenciones divinas de las que se hace luego memoria, y se celebran, sobre todo en la liturgia, son propiamente lo que llamamos ‘historia sagrada’ o “historia de salvación”.
Con esta ordenación de diáconos permanentes, celebramos un hecho histórico, una de esas intervenciones divinas, que ha encontrado respuesta en nuestra Diócesis de Arecibo, y que, quedando grabada en nuestra memoria y celebrada en esta liturgia, se convierte para nosotros en historia de salvación para nuestra diócesis.
Por eso, a Dios, que ha querido intervenir de este modo tan especial en la historia de esta Iglesia particular, le decimos: ¡Te damos gracias, Señor!
La función del diácono
Ahora que estos hijos nuestros, de los cuales muchos de ustedes son familiares y amigos, van a ser ordenados diáconos, conviene considerar con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia.
Pasando a ser miembros de la jerarquía, a los diáconos se les imponen las manos para realizar un servicio y no para el sacerdocio. En la ordenación al diaconado, sólo
(Nota del Director: No se pierda en la próxima edición una crónica de la periodista Marielisa Ortiz Berríos sobre este evento eclesial.)
'El Señor ha estado grande con nosotros’el obispo impone las manos, significando así que el diácono está especialmente vinculado al obispo en las tareas de su diaconía”.
El sacramento del Orden los marca con un sello que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo “diácono”, es decir, “servidor” de todos.
Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, ayudarán al Obispo, y a su presbiterio, en el anuncio de la palabra, en el servicio del altar y en el ministerio de la caridad, mostrándose servidores de todos. Como ministros del altar proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio y repartirán a los fieles el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Además, por encargo del obispo, exhortarán tanto a los fieles como a los infieles, enseñándoles la doctrina santa; presidirán las oraciones, administrarán el Bautismo, asistirán y bendecirán el Matrimonio, llevarán el viático a los moribundos y presidirán los ritos exequiales.
"El no vino a ser servido, sino a servir"
En cuanto a ustedes, queridos hijos que serán ordenados diáconos, el Señor les dio ejemplo para que lo que Él hizo, ustedes también lo hagan. Él no vino a ser servido sino a servir.
Hoy hemos escuchado en la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, lo que la tradición de la Iglesia ha visto como el inicio del diaconado: la institución de los siete. Los apóstoles no pareciéndole bien descuidar la palabra de Dios para ocuparse de la administración escogieron a siete hombre de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, para encargarlos de esa tarea para así ellos poderse dedicar a la oración y al ministerio de la palabra. Eso mismo esperamos puedan hacer nuestros sacerdotes que contarán de hoy en adelante con su ayuda.
Para ejercer su ministerio ustedes tienen que ser, como dice San Pablo a Timoteo: responsables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a sacar dinero. Además deberán ser fieles a sus esposas y gobernar bien sus casas y sus hijos.
De ahí, pues, que sea importante recordarles que en definitiva la realidad profunda del diaconado debe ser buscada no en el orden del hacer, de las funciones, sino en el orden del ser.
Puede ser que cualquier bautizado pueda ejercer la mayor parte de las funciones diaconales, pero al ser ordenados, la Iglesia quiere significar de modo mejor y más evidente que la caridad que vive la Iglesia es un don de Dios. Que ustedes desempeñan un papel jerárquico intermedio que hace del diácono el “servidor” por excelencia. servidor y vínculo concreto entre los otros miembros de la jerarquía (obispo y sacerdotes) y los demás miembros del pueblo de Dios.
El nombre mismo de diácono, en canto servidor, debe recordar, no sólo a la jerarquía, sino también a toda la Iglesia, que su misión es un servicio, una predicación de la Buena Nueva a los pobres.
El diácono es, y debe ser, ante todo, “sacramento de Cristo Servidor”. “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Eso les dice Jesús en el Evangelio. Es a Él a quien hay que seguir, es a Él a quien hay que imitar.
Uno de ustedes me decía: “Pido al Padre eterno caminar este servicio de entrega lleno de piedad, oración y estudio; y junto a mi esposa e hijos lograr ser un verdadero discípulo del Señor”. De eso es de lo que se trata.
Ser discípulos del Señor: “Junto a sus esposas e hijos”. Esposas e hijos de estos hermanos que se ordenan, dejan de ser, en cierta manera, la “Fa. Rivera” o la “Fam. Pérez”, para convertirse en la “Fam. del diácono”. La esposa ya no será la “esposa de Juan, “sino la “esposa del diácono”. Y los hijos serán “los hijos del diácono”. Esa realidad pasa a ser desde hoy realidad permanente en ustedes, y esa realidad deberá servirles de estímulo para esforzarse en ser siempre una familia diaconal ejemplar.
La ordenación no es un homenaje a sus personas. Esta noche no se convierten ustedes en más importantes que los demás, sino que ustedes se convierten en servidores de este pueblo que hoy con alegría y santo orgullo les acompaña.
Sean sacramento de Cristo Servidor.
Testimonio de vida
Ante una sociedad que privilegia el tener al ser, demuéstrenle con su vida que saben dar a cadacosa su justo valor y que saben dejar los bienes de este mundo para correr tras los del cielo. (Estos hermanos son un ejemplo de generosidad porque ellos mismos han contribuido económicamente a su formación. Además el ministerio que ejercerán lo harán gratuitamente).
Ante una sociedad en la que parecería que para un hombre y una mujer (¡“hombre y mujer”, porque no importa lo que diga Obama, ningún presidente de ninguna nación ni ninguna legislatura de ningún país, pueden cambiar lo que Dios ha creado, y que la recta razón humana descubre como verdadero!) vivir un matrimonio sano, fiel, abierto a la vida, feliz, permanente, resulta muy difícil, demuestren con sus propias vidas matrimoniales que no es así.
Ante una sociedad donde la violencia llega a expresarse inclusive entre padres e hijos, entre hermanos; donde los niños son tantas veces maltratados, demuestren que es posible ser un buen padre, reflejo de la paternidad divina.
Ante una sociedad donde predomina tanta veces el egoísmo, sean ustedes signos de negación de sí mismos.
Por la ordenación ustedes también se convierten en signos de unidad.
Si el obispo, en cuanto pastor, es el signo de la unidad con la Iglesia universal, y el presbítero, como delegado del obispo, es el signo concreto de la unidad de la Iglesia local con el obispo, el diácono será el signo más concreto de la unidad de la comunidad parroquial con su sacerdote.
Para que sean verdaderamente signos de servicio y unidad pediremos esta noche la intercesión de los santos con el cántico de las letanías y en la oración consecratoria pediremos al Señor que envíe sobre ustedes el Espíritu Santo para que fortalecidos con la gracia de los siete dones desempeñen con fidelidad el ministerio que se les encomienda.
Oración y Eucaristía
Ustedes por su parte, deberán fomentar su espiritualidad diaconal a través de las mismas tareas que habrán de realizar, pero ante todo con la oración y la Eucaristía. ¡Oración y Eucaristía! No lo olviden. Que no los consuma el activismo; que no los distraiga el reconocimiento público; que no se cansen por la dura tarea, ni se desanimen por las incomprensiones. ¡Oración y Eucaristía!
Los necesitamos hábiles en su servicio al altar, sí; los necesitamos doctos para que enseñen bien la doctrina, sí; los necesitamos saludables para que puedan estar disponibles, sí; pero ante todo los necesitamos santos: ¡diáconos santos! Y para eso hacen falta: ¡Oración y Eucaristía!
Su ordenación, queridos hijos, llega en un momento en el que en la diócesis se está muy consciente de su importancia y conveniencia pastoral. Así lo han expresado ustedes mismos cuando en uno de nuestros encuentros de formación les pregunté qué añadía a su servicio actual a la Iglesia el que fueran ordenados diáconos.
Quisiera que por mi voz hoy los presentes escucharan algunas de sus respuestas.
“Entiendo que mi servicio sería de gran importancia ya que el sacerdote no siempre puede suplir en su totalidad el servicio que requiere la feligresía. El servicio cercano que proporciona ser miembro de la comunidad, conocerla porque se ha compartido con ella, sus afanes y luchas, sus necesidades y angustias. Entiendo que mi servicio sería la visita continua a aquellos que la necesitan. Ayudar a tiempo y destiempo al sacerdote en los servicios para los que como diáconos estamos autorizados, permitiéndole más tiempo a éste para su ministerio que en muchas ocasiones se diluye en la labor administrativa, evitando que pueda llegar más a la feligresía. Servir de eslabón entre el sacerdote y el pueblo”.
Otro expresaba: “La mies es mucha y los obreros pocos. La gente, el mundo entero está ansioso de conocer al Señor, de conocer su Evangelio. En el mundo existen millares de personas que no conocen, ni han oído hablar de Jesús. Y es nuestro deber, es nuestro anhelo, que la gente conozca la razón de nuestra felicidad. Yo tengo una alegría inmensa en mi corazón y deseo llevarla a los demás. El diácono es el servidor del Señor, de la Iglesia, y estoy disponible donde haya necesidad. Deseo darle a Dios todas mis capacidades, toda mi energía, toda mi juventud, quiero gastar mi vida por Él”.
¡Qué bien! ¡Qué bueno es constatar que ustedes tienen claro lo que es su ministerio!
Ustedes son una buena noticia para todos nosotros. Hoy aquí no hay prensa. Este acontecimiento con toda probabilidad no saldrá en los noticiarios esta noche, ni en los periódicos mañana, porque no son ustedes esposos que han matado a sus esposas, o padres que hayan abusado de sus hijos, o delincuentes que hayan asaltado a alguien, eso sí sería noticia. Pero sin periódicos, sin televisión y sin radio: ¡ustedes son una buena noticia! ¡Son esperanza y alegría! ¡Son un soplo de aire fresco para nuestra diócesis!
Por eso hoy todos decimos con fuerza: ¡Te damos gracias, Señor!
Cristo está vivo, Cristo ha resucitado. Y es Cristo quien nos convoca para celebrar esta Eucaristía que comenzamos.
Mons. Rubén González Medina, Obispo de Caguas y Presidente de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña (CEP); Mons. Félix Lázaro, Obispo de Ponce y vicepresidente de la CEP; Mons. Eusebio Ramos Morales, Obispo de Fajardo-Humacao; Mons. Iñaki Mallona, Obispo Emérito de ésta su Diócesis de Arecibo, y quién diera inicio al programa de formación de este grupo de hermanos.
Queridos sacerdotes; diáconos; seminaristas; candidatos al diaconado permanente, sus señoras esposas e hijos; religiosos(as); hermanos todos, pueblo santo de Dios: ‘El Señor ha estado grande con nosotros’…”
Y además de alegres estamos agradecidos a Dios por el regalo que hace esta noche a nuestra Diócesis de Arecibo con esta Primera Ordenación de Diáconos Permanentes.
Le damos gracias a Dios porque los llamó a este servicio; le damos gracias a ustedes por decir que sí a esa llamada. Le damos gracias a sus esposas por también decir que sí y acompañarles en su proceso de formación. También a sus hijos.
En esta Eucaristía queremos además pedir por ustedes para que sean siempre fieles al ministerio que comienzan, y para que sean verdaderos ejemplos de servicio a Dios y a los hermanos.
Sabemos que el Señor escuchará nuestra plegaria.
(Homilía pronunciada por el Obispo de Arecibo durante la histórica Ordenación de Diáconos Permanentes, celebrada el viernes 18 de mayo de 2012 en el Coliseo Manuel "Petaca" Iguina de Arecibo.)