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sábado, 25 de agosto de 2012

La persistencia y la lucha convertidas en santidad

“Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti”. (San Agustín de Hipona) Las vidas de los santos que la Iglesia celebrará durante los próximos días fueron marcadas por grandes dificultades muy parecidas a las que hoy persisten en nuestros días. Sus ejemplos rompen la barrera del tiempo y muestran un camino de perseverancia. Una madre que oró sin descanso Santa Mónica, natural de Tagaste (Argelia, África) nació en el año 331, en el seno de una familia cristiana. Se casó a sus 20 años con Patricio, un hombre proveniente de una familia noble y pagana. Engendró tres hijos: Agustín, Navigio y Perpetua. Luego de enviudar, vivió en castidad y firme religiosidad. Su primer hijo, antes de su conversión, fue una verdadera pesadilla para Mónica. Pero, su fe no decayó. Fueron más de 30 años de oración constante y lágrimas para que su hijo Agustín se convirtiera, tomara el buen camino y se bautizara. Pocos días más tarde, murió. La perseverancia de la madre fue inspiración para que Agustín se cristianizara, empleara todos sus talentos a Dios y lograra su propia santidad. Vida desordenada y enmendada Una de las mentes más privilegiadas de los primeros siglos en Oriente, sin duda, es el mismo San Agustín de Hipona, Obispo y Doctor de la Iglesia. Se destacó en la literatura, la elocuencia y la retórica. Sus frases y pensamientos no pierden vigencia a pesar de más de 15 siglos de su muerte. Nació en la tierra natal de su madre Santa Mónica para el año 354. Su vida de joven fue libertina y pecaminosa al punto que vivió en concubinato. Inquietado por su existencia, buscó la verdad, el amor y la paz. Se convirtió, vendió sus pertenencias y creó un monasterio, donde vivió. Fue ordenado sacerdote y, a los pocos años, obispo. Luchó sin descanso por la fe y la unidad en la Iglesia. El niño que sobrevive al parto Al nacer San Ramón Nonato, murió su madre, lo que desde muy pequeño le provocó una profunda devoción a la Virgen María. Con una educación humanitaria, el piadoso Ramón ingresó a la Orden de Nuestra Señora de la Merced el año 1224 y se ordenó sacerdote. San Ramón evangelizó en España y en el norte de África. En Argelia quedó preso. Por su labor fue molido a golpes y hasta le cerraron los labios con un candado. Pero, no se detuvo y ganó la conversión de muchos al cristianismo. El Papa de aquel entonces lo solicitó como consejero, pero los conflictos del lugar y su inagotable labor le reclamaron la vida antes de ir a Roma. Con la verdad hasta la muerte El precursor de Cristo, San Juan Bautista, fue apresado por expresarle abiertamente a Herodes que vivía en unión libre con la esposa de su hermano, Herodías, quien odiaba al santo y buscaba la ocasión para matarlo. No le fue tan sencillo pues Herodes le tenía un profundo respeto al Bautista por ser un hombre de Dios. La hija de Herodías bailó en un banquete y cautivó tanto a Herodes que le dijo: “Pídeme lo que quieras y te lo daré”. Ella preguntó a su madre y el momento fatídico llegó. La chica respondió: “Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan Bautista”. Al decapitarlo, los discípulos de San Juan buscaron su cuerpo y lo sepultaron. La persistencia de una madre que ruega sin cesar por su hijo, el desorden de una vida sin sentido que lleva a la búsqueda de Dios, llevar la palabra de Dios sin condiciones y ser atacado por denunciar la falsedad, son escenarios donde cualquier cristiano pudiera verse. Estos santos, que ganaron el cielo desde sus limitaciones, nos continúan presentando la opción de ingresar a este lugar glorioso mediante la acción y la confianza en Dios. (Enrique I. López)

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